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Acompañamiento y liderazgo político democrático: una propuesta para la implementación de Fratelli Tutti

“‘¿No sentíamos arder nuestro corazón

cuando nos hablaba en el camino y nos explicaba las Escrituras?’ (…)

Ellos (…) contaron lo sucedido en el camino

y cómo lo había reconocido al partir el pan”

(Lc 24,32.35).

A veces olvidamos que la propuesta de Jesús de “el que quiera ser el más importante entre ustedes, que se haga el servidor de todos; y el que quiera ser el primero, que se haga siervo de todos”, está precedida de una descripción bastante sombría sobre los poderosos de las naciones, según recogieron los Sinópticos (Mc 10,42-45; Cf Mt 20,25; Lc 22,25). Desde la insoslayable dimensión social de su Evangelio, el Divino Maestro, siempre misericordioso, alude a optar no por el dios (ídolo) poderoso y dominador sino por el Dios servicial y salvador.

Como explicara el teólogo dominico Yves Congar en el contexto renovador del Concilio Vaticano II:

Los términos empleados [por Jesús] tienen una gran fuerza. En el orden del Evangelio, como en el de las sociedades terrenas, hay grandes, primeros. En las sociedades terrenas hacen sentir su poder, se comportan como dueños: toda la relación de desigualdad entre los grandes y los demás consiste en una relación de sumisión por parte de éstos, de dominación por parte de aquellos. El camino que lleva al rango de primero o de grande según el Evangelio es completamente distinto, incluso contrario. Consiste en buscar una situación o una relación, no de poder, sino de servicio, de diakonos, servidor, de dulos, esclavo, peón. Estos dos términos ocupan un puesto absolutamente central en las categorías que sirven para definir la existencia cristiana.[1]

Entendemos que tal reflexión sigue plenamente vigente. Asumir, como hace el Papa Francisco, que el poder es el servicio (en total sintonía con el Evangelio) es el puntapié inicial para el cambio ad intra y ad extra que propicia, en el mundo y en la Iglesia. Pero esta perspectiva plenamente humanizante (y por eso mismo divina) necesita del discernimiento de los gobernantes en todo momento. Y esto es algo que los “grandes” no pueden hacer en soledad, puesto que hay que evitar la trampa del solipsismo.

En lo que llamamos la teoría de Jorge Mario Bergoglio sobre el liderazgo político democrático popular, la cual –según afirmamos– alcanza su mayor desarrollo en Fratelli Tutti (Capítulo 5), nos ocupamos aquí de una forma posible para volver operativos esos planteos de la ética social de Francisco. Para esto, es pertinente referir –aunque sea sucintamente– cuál es la situación cultural y espiritual de nuestro tiempo.

Acompañar a los más pobres de los pobres

Según se puede constatar, estamos ante el predominio de una cultura posmoderna, donde las propuestas del individualismo narcisista y maximalista (centrados en el yo) tienen mayor popularidad que los proyectos de vida que buscan la plenitud sin saltarse las renuncias, el desapego, la humildad y la apertura amorosa horizontal y vertical a la alteridad: los demás, la Creación y el Creador (un descentrarse de uno mismo para reencontrarse). Así, tiende a predominar en la vida política, en particular, y en el ámbito público, en general, la lejanía de Dios, coexistiendo también –si no enfocamos el problema de manera ingenua– con el retorno de argumentos relativistas,[2] como el esgrimido por el Senador Símaco en la crisis de Roma, hacia finales del siglo IV, e incluso situaciones de persecución que mueven a entonar, como en el ocaso de aquella abadía benedictina del siglo XIV inmortalizada por Umberto Eco, el Sederunt principes.[3] No es casual, entonces, que el Papa diga que estamos en un mundo en “sombras” y “cerrado”, donde “las nuevas formas de colonización cultural” arrebatan “el alma” de las personas y, más aún, de los pueblos.[4] En síntesis, asistimos a un tiempo de desolación, la cual debe ser discernida.

De manera entonces que cuando los líderes políticos no reconocen esa dimensión trascendente de la persona humana podemos hablar también de ellos como los más pobres de los pobres, recuperando una expresión central en la Madre Teresa de Calcuta, que ella misma aplicaba incluso a las sociedades occidentales opulentas.[5] Ciertamente, también en esos líderes son posibles actos de verdadera grandeza.[6] Pero podemos ver que ellos pueden encontrarse en las periferias existenciales, a las cuales ya había aludido el Cardenal Bergoglio en su recordada intervención en la Conferencia de Aparecida (2007), definida por él como “la Evangelii Nuntiandi de América Latina”.[7]

De manera entonces que podemos encontrar la Calcuta de los pobres en el corazón y la conciencia, en las intenciones (el futuro), las acciones (el presente) y las obras (dejadas en la historia), de quienes en nuestras democracias aspiran a representar al pueblo-nación, en general, y al pueblo-pobre-trabajador-descartado, en particular (según la lúcida expresión de Emilce Cuda), aunque muchas veces les falte caridad política. No hay que abandonar a estos líderes, puesto que “…existe un vínculo inseparable entre nuestra fe y los pobres. Nunca los dejemos solos”.[8] También allí está juego la opción preferencial por (y con) los pobres.

Contemplando que, sorprendentemente, en esos pobres también pueden estar los dirigentes políticos, tomemos en serio el llamado que hace Francisco –al inspirarse en Fratelli Tutti en el místico del Sahara, Carlos de Foucauld, el “hermano de todos”–[9] a entablar un diálogo fraterno, orientador y con total franqueza  (parrhesia), que los acompañe –sin desmedro de su autonomía y libertad– en su alta vocación, sabiendo que también esos líderes políticos (desde su pobreza o periferia existencial) pueden contribuir con el bien común, traducido en asegurar tierra, techo, trabajo y tecnología (las 4 “t” del Papa), que son prioridades para América Latina y otras regiones.

El proceso sociocultural que Fratelli Tutti propicia en clave de liderazgo democrático popular y caridad política para hacer efectiva la transición justa y conversión al paradigma de la ecología integral plasmado en Laudato Si’, no constituye una meta inalcanzable. Con Francisco –actualizando el carisma y la visión estratégica y positiva de Loyola, maestro de la sospecha– decimos que es posible.[10] Por ello es muy importante aprovechar y generar ámbitos de acompañamiento y de diálogo, al servicio de propiciar una conversión[11] (afectiva) a dicho paradigma,[12] instando al compromiso activo de los líderes políticos con la caridad política y por ende, por la justicia social y el desarrollo humano integral para todas y todos, que es otro nombre para la paz duradera y la auténtica liberación.

En esos espacios, por supuesto, se debe dar una ayuda preferencial a los líderes políticos que, al estar en las periferias existenciales, se puedan encontrar entre los más pobres de los pobres, en quienes está Cristo bajo un angustioso disfraz, según decía místicamente la Madre Teresa. Esta perspectiva se revela, tal vez, como una forma discreta/humilde pero propicia para el reencuentro entre ética y política, cuyo distanciamiento en la Modernidad se elevó prácticamente al nivel de axioma. Que la praxis política muchas veces diste del Evangelio no debe hacernos caer en la tentación de la fuga evasiva del compromiso histórico con nuestro tiempo o de los perimidos sueños restauracionistas de tiempos perdidos. La respuesta ética debe ser acompañamiento, misericordia, cercanía y diálogo; gestos concretos y fraternos en el horizonte de la construcción de la “cultura del encuentro”.[13]

Reconocer al Señor de la Buena Compañía

Así como Francisco en Fratelli Tutti nos invita a reparar en la parábola del buen samaritano, sería interesante (para hacer efectivo el acompañamiento al que hacíamos referencia) complementar este pasaje neotestamentario con otro texto de los Evangelios: el de los discípulos de Emaús (Lc 24,13-35). Ellos fueron alcanzados por Jesús resucitado, a quien (en el contexto de esa narración) se propone llamar “Señor de la Buena Compañía”.[14]

Es pertinente dejar en claro que se habla de un “acompañante” el cual se advierte como “necesario” y cuya “función se desmarca del concepto de ‘experto’ y también de otras concepciones incompletas [aunque no prescindibles] como amigo, confidente o consejero”.[15] Esto no es un aspecto menor, dado que en la teoría política (incluso la de cuño humanista-cristiana, como Santo Tomás Moro con su Utopía) tradicionalmente se ha planteado la necesidad de “consejeros” de los gobernantes. Vemos entonces que la figura del acompañante está en otro registro y puede responder mejor a las sensibilidades psico-espirituales de nuestro tiempo. Para comprenderlo, veamos entonces qué se nos quiere decir cuando se nos propone contemplar el pasaje de los discípulos de Emaús a la luz del Señor de la Buena Compañía:

Dos hombres se “malacompañan” en dirección a Emaús haciendo más profundas las heridas, más amarga la frustración, más argumentada su desesperanza. En su camino son alcanzados, sin reconocerle, por el Señor de la Buena Compañía que se pone a caminar con ellos. Crea un ambiente cálido, un lugar seguro donde se pueden destapar las heridas y airear los fracasos. Lentamente les contrasta y les desvela el sentido en la adversidad, cura algunas heridas, da argumentos y vías a la esperanza. Caminar en su compañía abre una nueva perspectiva que les lleva a elegir la vida, ser “bien-acompañados” por Él les conduce a elegirle como Maestro y Señor más allá de lo que parece frustración y fracaso. En ese encuentro aprenden a leer su propio corazón y a entender hacia donde les lleva, qué caminos personales deben seguir. De huir y malacompañarse, aprenden a ser buena compañía el uno para el otro y vuelven a Jerusalén donde están los otros necesitados de consuelo y donde está la comunidad, una compañía mayor, testigo y garante de la presencia de ese Señor de la Buena Compañía.[16]

En esta tarea, la o el acompañante entonces deberán poner lo mejor de sí para poder ayudar –abiertos a la gracia– a “un encuentro con el Señor de la Buena Compañía que se transforma en gusto por todo lo que nos saca del propio amor, querer e interés”, purificando las dinámicas psico-espirituales nocivas.[17] No se trata de una perspectiva laxa, sí flexible; no relativista, sí adaptada; se trata de acompañar para ayudar a dar una respuesta circunstanciada, porque “la gracia supone la cultura”.[18] De esta manera, quienes se dejan bien-acompañar, se abren a la posibilidad de reencontrarse con su Principio (la brújula) y Fundamento (el cimiento) de su vocación política: “Unidos al resucitado frenan su huida y reafirman la elección central de su vida: lo reconocieron, volvieron a conocerle como el Señor”.[19]

Acaso una alegoría de este paradigma la esbozó magistralmente Victor Marie Hugo cuando en Los Miserables (1862) narró el diálogo de Monseñor Bienvenu Myriel con el moribundo Convencional “G”. El encuentro se abre con el ex representante del pueblo, desterrado, valorando la cercanía del Obispo de Digne (“Desde que vivo aquí, es ésta la primera vez que alguien entra en mi casa”). No falta la confrontación por visiones encontradas sobre la Revolución Francesa, ni el llanto ni la referencia a Jesús (“Lloremos por todos los inocentes, por todos los mártires, por todos los niños; lo mismo por los de arriba [como Luis XVII] que por los de abajo [como el hermano de Cartouche]”, “No os gusta la aspereza de la verdad. Cristo la amaba. (…) Cuando Él exclamaba: Sinite parvulos,[20] no distinguía entre los niños”, dice “G”). Myriel hace unas modestas y punzantes intervenciones (dice, por ejemplo, “Lloro por todos”, recuerda el valor de “la conciencia”, junto al gobierno del hombre por “la ciencia” y que “El progreso debe creer en Dios. El bien no puede tener un servidor impío. Es mal conductor del género humano el que es ateo”). Finalmente, el diálogo llega a la cumbre de emoción (y de la mística) cuando el Convencional está por expirar y discierne la situación. Así, al escrutar la danza de los íntimos deseos, toma plena conciencia de esa compañía e incluso parece que se invierten los roles, o más bien, se reconoce en el otro lo que Dios obra en cada corazón, su presencia (“Esta hora es la de Dios. ¿No creéis que sería una pena que nos hubiéramos encontrado en vano? (…) He cumplido con mi deber, según mis fuerzas, y he hecho el bien que he podido. A pesar de esto, he sido llevado y traído, perseguido y calumniado, ridiculizado, escarnecido, maldito y proscrito. Ya, desde hace muchos años, con mis cabellos blancos, siento que muchas personas creen tener sobre mí el derecho de despreciarme; para la pobre turba ignorante, mi cara es la de un condenado, y acepto, sin por ello odiar a nadie, el aislamiento del odio. Ahora tengo ochenta años; voy a morir. ¿Qué venís a pedirme?” —“Vuestra bendición” —dijo el Obispo). No por casualidad, ante estos itinerarios del alma humana (¡y de la vida política, como una de sus expresiones!), Hugo puso a este capítulo el sugerente título de “El Obispo en presencia de una luz desconocida”.[21] Basta con leer el Diario de San Óscar Romero para encontrar una concreción histórica y latinoamericana de esta alegoría. El mártir salvadoreño entregó su vida en practicar “…un amor universal que abrece a todas las partes (aunque entre sí contrarias) en el Señor nuestro”, como enfatizara San Ignacio.[22]

Estos señalamientos nos muestran la importancia de una enseñanza del jesuita Bergoglio sobre el Principio y Fundamento ignaciano,[23] que inspira todo el proceso de quien se deja bien-acompañar, instando a “recordar nuestros principios: el principio en Dios (…), el principio de mi vocación”. Y a partir de reconocer estos comienzos, se podría advertir que “el Señor, al darnos una misión, nos funda”.[24] Justamente, el paradigma del Señor de la Buena Compañía permite recordar los “principios” y reorientar la afectividad, y así, enmendar el rumbo en apertura desapegada y descentrada a la otredad. De esta manera, el acompañamiento propuesto permitiría poner en práctica la teoría del liderazgo político del Papa Bergoglio, que en Fratelli Tutti alcanza su mejor desarrollo, con el énfasis en la mejor política: democrática (como enfatizó Francisco desde Atenas,[25] cuna de la democracia) y al servicio del pueblo, a partir del amor “imperado” que debe animar la buena política, promoviendo “aquellos actos de la caridad que impulsan a crear instituciones más sanas, regulaciones más justas, estructuras más solidarias”.[26]

Contemplemos entonces al Señor de la Buena Compañía y “con los discípulos de Emaús, que también te tuvieron tan cerca, que no te reconocieron, nosotros te decimos, Señor, desde lo más hondo del corazón: ‘¡Quédate con nosotros!’. A pesar de no merecerte, a pesar de nuestras frialdades e indiferencias [y agregamos: a pesar de que muchas veces se gobierna con tapones en los oídos y no se escucha al pueblo, a pesar de no siempre promover la dignidad humana, a pesar de que cuesta fomentar el diálogo social con quienes piensan distinto], a pesar de nuestra ingratitud…, o quizá, justamente por eso, ‘¡quédate, Señor, con nosotros’!”.[27]

[1] Yves Congar (2019) [1963], Por una Iglesia servidora y pobre, Buenos Aires, Ágape, pp. 24-25.

[2] En Fratelli Tutti (FT) Francisco dice sin reparos: “El relativismo no es la solución” (FT 206-207).

[3] Canto medieval que dice “Sederunt principes, et adversum me loquebantur: et iniqui persecunti sunt me.
Adjuva me, Domine Deus meus: salvum me fac propter misericordiam tuam” (“Se sentaron en consejo los príncipes y hablaron contra mí: y los inicuos me persiguieron.Ayúdame, Señor Dios mío, sálvame por tu misericordia” (Cf. Sal 2,2).

[4] FT 9 y 14.

[5] Cf. Madre Teresa de Calcuta (2011), Ven, sé mi luz. Las cartas privadas de la “santa de Calcuta”, Buenos Aires, Booket.

[6] Cf. FT 74.

[7] Como dice en su biografía oficial. Fuente: https://www.vatican.va/content/francesco/es/biography/documents/papa-francesco-biografia-bergoglio.html

[8] Evangelii Gaudium (EG) 48. Sobre la actitud de orientación y acompañamiento (para la conversión afectiva, profunda), ya San Ignacio daba unas certeras indicaciones en el “Presupuesto”, en clave salvífica, Ejercicios Espirituales (EE) 22.

[9]  En Fratelli Tutti Francisco se inspira también en el Gran Imán Ahmad Al-Tayyeb, en San Francisco de Asís, Martin Luther King, Desmond Tutu, el Mahatma Mohandas Gandhi “y muchos más” (FT 286-287).

[10] Cf. FT 154.

[11] Obviamente, respetando la dignidad y la libertad de las personas y el pluralismo.

[12] Cf. Laudato Si’ (LS) 137.

[13] FT 30.

[14] Ignacio Boné (2011), “Acompañamiento, elección y unión: apuntes culturales y religiosos”, en Manresa, abril-junio, vol 83, núm. 327, p. 141.

[15] Ibíd., p. 147.

[16] Ibíd., pp. 147-148.

[17] Ibíd., p.146. Cf. EE 189.

[18] EG 115.

[19] Boné, “Acompañamiento”, p. 144.

[20] Principio de la frase de Cristo: “Sinite parvulos ad me venire”, “Dejad que los niños vengan a Mí” (Mc 10,14).

[21] Parte I, Libro I, Cap. X.

[22] Constituciones, 823.

[23] Cf. EE 23.

[24] Jorge M. Bergoglio – Papa Francisco (2014) [1982], Meditaciones para religiosos, Bilbao, Mensajero, pp. 124 y 126; cursiva en el original.

[25] Fuente: https://www.vatican.va/content/francesco/es/speeches/2021/december/documents/20211204-grecia-autorita.html

[26] FT 186.

[27] Ángel Rossi (2006), Semillas de cielo y tierra, Buenos Aires, Bonum, p.65, cursiva en el original.