En su mensaje Urbi et orbi del 27 de mayo de 2020, el papa Francisco afirmó que la pandemia del COVID-19 nos ha llevado a percatarnos de que todos los seres humanos estamos en la misma barca. No podemos salvarnos, señala, si cada uno sigue por su cuenta[1][2]. Con esta imagen, Francisco subraya su llamada moral a la solidaridad humana.
Quizá sería más acertado decir que estamos todos en el mismo mar, ante la misma tormenta, pero que no necesariamente navegamos en la misma barca. Algunos viajan en acorazados o en lujosos yates, mientras que otros se enfrentan a los mares de la pandemia (y de otros retos globales, como el cambio climático) en frágiles pateras. No obstante, el llamamiento a la búsqueda de soluciones solidarias a los problemas globales es urgente e ineludible.
Según H. Ten Have, un problema es global si: afecta a toda la humanidad, está interconectado con otros problemas y es persistente[3]. Es evidente que los tres elementos se dan en el caso del COVID-19:
–Afecta a la humanidad a escala global. No está geográficamente localizado en un sitio específico. La dimensión global es parte de la definición de una pandemia.
–Está interconectado con otros problemas, de tal manera que la solución de uno de ellos requiere que se enfrenten otros. Por ejemplo, la solución del reto planteado por el COVID-19 requiere que se enfrenten las inequidades sociales.
– Persistente, porque se han ido desarrollando a través del tiempo, adquiriendo frecuentemente un carácter sistémico. En un sentido, la actual pandemia es un reto nuevo, pero los factores que la posibilitan ya estaban ahí: cercanía con especies animales exóticas, viajes aéreos intercontinentales y la pobreza que exacerba la pandemia.
No todos los problemas globales pueden clasificarse como retos bioéticos. Un problema tiene relevancia, desde el punto de vista bioético, si: 1) afecta negativamente la salud y la vida; 2) para resolverlo se requiere el concurso de las ciencias de la vida y las profesiones de la salud, incluyendo la ecología y la salud pública; 3) en su gestación y en las búsquedas de soluciones están implicados los valores y principios éticos.
¿PODEMOS HABLAR DE BIOÉTICA GLOBAL?: EL RETO RELATIVISTA
Uno de los rasgos que caracteriza la cultura de la posmodernidad es el relativismo, tanto ético como incluso epistemológico. No en balde estamos en los tiempos de la posverdad. Paradójicamente, el relativismo extremo también es el caldo de cultivo de los absolutismos fundamentalistas. En este ambiente cultural, la moralidad es enteramente relativa a las opiniones de cada individuo (subjetivismo ético) o a las culturas (relativismo cultural).
Es verdad que muchas decisiones éticas tienen un fuerte componente personal o cultural, pero sin valores universales, reconocidos por la mayor parte de las personas, es imposible articular soluciones razonablemente fundamentadas a los retos bioéticos globales. En el fondo, las crisis globales que enfrentamos son crisis de valores, irresolubles desde el absoluto relativismo.
El punto de partida para la identificación de valores universales es nuestra común humanidad. Los grandes abusos morales comienzan cuando se niega al otro –persona o colectivo—su plena condición de ser humano personal, su estatuto como un ser humano igual que yo. Los griegos no reconocían a los bárbaros como animales racionales iguales a ellos, como nos recuerda Diego Gracia. Otro tanto ocurrió cuando los europeos llegaron a América y se encontraron con las poblaciones nativas[4]. Cuando el otro no es reconocido como un igual, puede ser esclavizado y tratado como una cosa. En el fondo de la esclavitud, del racismo o del machismo está la negación de la igual valía del otro, de su plena humanidad.
PRINCIPIOS PARA LA BIOÉTICA GLOBAL
Propongo tres principios fundamentales para la bioética global, tan necesaria en tiempos de pandemia. Estos principios están enraizados en la tradición de pensamientos social cristiano y en el magisterio de la Iglesia. Aunque en el contexto de la fe adquieren una solidez peculiar, pueden sustentarse con argumentos razonables, aceptables para personas que no comparten nuestra cosmovisión creyente.
El valor incondicional de cada persona
Sabemos que este es el principio fundamental y fundante de la ética social en la tradición católica. También es el fundamento de la doctrina de los derechos humanos. Como nos enseñó Kant, las personas tienen dignidad y no precio. Es decir, su valor es inestimable. Desde presupuestos cristianos, esa valía se acrecienta porque las personas son hermanas y hermanos por los que Cristo derramó su sangre. El modelo por excelencia del pecador es Caín, el que se desentiende de su hermano. ¿No vivimos en un mundo en el que predominan actitudes cainitas, fundantes de esa cultura del descarte tantas veces denunciada por el Papa Francisco?
La solidaridad
Antes de ser un principio ético, la solidaridad es un hecho. Los seres humanos somos interdependientes, nos necesitamos unos a otros. La humanidad es una sola. Somos el resultado de un único proceso evolutivo, compartimos el mismo planeta y, cada vez más, formamos parte de una estructura social global, que condiciona nuestras posibilidades de desarrollo humano. Ahora bien, el dato por sí solo no equivale a un principio ético. Cuando reconocemos que esta pertenencia mutua es valiosa en orden a la autorrealización humana, estamos pasando del es al debe a través del vale. El juicio axiológico es el puente que nos lleva de la ontología a la deontología.
La ética de la solidaridad me lleva a sentirme comprometido con el florecimiento del otro. La solidaridad como principio ético me prohíbe desentenderme de la suerte de los otros. Me obliga a caminar junto a él, sobre todo junto al hermano y la hermana que sufren, los descartados, aquellos a los que no se les reconoce plenamente su humanidad y los derechos que de ella dimanan.
Justicia social
Clásicamente hemos dicho que la justicia es el principio rector del orden social. También sabemos que la justicia es un concepto análogo, como lo demuestra la clásica teoría sobre las especies de la justicia. A partir del siglo XIX, a las clásicas especies de la justicia –conmutativa, distributiva y legal—se ha añadido la justicia social. El concepto de justicia social se desarrolló, precisamente, en el seno de la tradición católica. El primero en articularlo fue el jesuita italiano Luigi Taparelli d’Azeglio (1793-1862). Desde Pío XI es una pieza clave de la doctrina social católica. La justicia social exige que todas las personas puedan tener una vida conforme a las exigencias de la dignidad humana. Desde mi punto de vista, es el principio de la transformación social. La salvaguarda real de la igualdad humana requiere que se remedien los impedimentos estructurales para la superación de las inequidades, tanto a nivel nacional como global.
LOS PRINCIPIOS DE BIOÉTICA GLOBAL Y LA PANDEMIA
Los principios enunciados son relevantes para el abordaje ético de la actual pandemia. Como sugerí al inicio, no todos navegamos los mares pandémicos en idénticas embarcaciones. Sabemos que la infección por el SARS-Co-2 afecta desproporcionadamente a las poblaciones más vulnerables. En Estados Unidos, por ejemplo, las minorías raciales, normalmente más desprotegidas socialmente, están siendo afectadas de manera desproporcionada. En América Latina no es diferente. Las personas que viven en condiciones de hacinamiento, sin acceso a agua potable, los trabajadores informales, trabajadoras domésticas, comunidades rurales o los hijos de familias de escasos ingresos, entre otros, son particularmente vulnerables en el contexto de la actual crisis sanitaria[5].
Los estragos de la pandemia del virus se ceban particularmente, pues, en aquellos que ya son víctimas de la endémica pandemia de la inequidad. No hay respeto a la dignidad humana sin justicia social, es decir, sin una igualdad efectiva de todas las personas en términos del reconocimiento de sus derechos y del acceso a los medios para una vida conforme a esa dignidad. Hoy, en un mundo globalizado, las exigencias de solidaridad y justicia tienen dimensiones globales. Los principios para la bioética global son las exigencias éticas mínimas para que la humanidad pueda enfrentar con éxito los retos del COVID-19 y los otros problemas globales que, sin duda, van a marcar su devenir en este siglo XXI. Es nuestro deber también para con las generaciones futuras y para la continuación del florecimiento de la vida misma en este planeta.
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[1] Esta temática la trato, con mayor amplitud, en: Ferrer, J. J. (2020). Pandemia e inequidad en América Latina. En: Amo Usanos, R. y de Montalvo, F. (Eds.). La humanidad puesta a prueba. Madrid: Universidad Pontificia Comillas, 377-392.
[2] http://www.vatican.va/content/francesco/es/homilies/2020/documents/papa-francesco_20200327_omelia-epidemia.html Accedido: 10 de enero de 2021. Esta imagen la ha usado también en su mensaje de Navidad de 2020: http://www.vatican.va/content/francesco/es/messages/urbi/documents/papa-francesco_20201225_urbi-et-orbi-natale.html Accedido: 11 de enero de 2021.
[3] Ten Have, H. (2016). Global Bioethics. An Introduction. London: Routledge, 56.
[4] Gracia, D. (2019). Bioética mínima. Triacastela: Madrid, 109-112.
[5] Comisión Económica para América Latina y el Caribe (2020). El desafío social en tiempos del COVID-19. Informe especial Número 3, PP. 3-8. Recuperado de
https://www.cepal.org/es/temas/covid-19 Accedido: 1 de junio de 2020.