La crisis climática que vive nuestro planeta lo amenaza gravemente, y, aun así, la falta de diálogo entre las ciencias y las humanidades no permite la toma de decisiones integrales e informadas que dicha problemática requiere. A continuación, se aborda esta dificultad con dos conceptos claves para el desarrollo de aproximaciones a lo anterior: Vulnerabilidad y Justicia Climática.
La Bioética Global puede considerarse como una ética aplicada que fundamenta el discurso reflexivo para enfrentar situaciones socioambientales tan nuevas o complejas, o que implican reacciones tan diferentes, que el camino de la conveniencia social no es discernible para el individuo o comunidad promedio. Según V.R. Potter, “El ser humano está necesitado de una nueva sabiduría que le provea del ‘conocimiento de cómo usar el conocimiento’ para la supervivencia del hombre y las mejoras en su calidad de vida” (Van Rensselaer Potter, Bioethics. Bridge to the Future, Prentice-Hall, 1971, 151). Esa sabiduría, esperaba él, vendría del diálogo y la puesta en común de los conocimientos de diferentes disciplinas que abordarían los temas más fundamentales acerca de la vida del ser humano en su hábitat. En la comprensión potteriana, bioética era equivalente a Bioética Global.
En los últimos cuarenta años, la urgencia con la que Potter convocaba a generar una sabiduría interdisciplinar que supiera cómo usar el conocimiento para atender a los grandes problemas macrobioéticos, ha demostrado ser necesaria. Desde los años noventa del siglo anterior, la creciente globalización de las discusiones políticas, medioambientales, sociales, económicas y culturales han llevado a la caracterización de lo que se ha recuperado como Bioética Global. Los procesos de globalización también han exacerbado asimetrías de poder en la que la vulnerabilidad es una de sus mayores expresiones (Henk Ten Have, 2016). El contexto actual requiere a todas luces, por tanto, más que una respuesta individual. Necesita de acción política y social.
El Cuarto Informe del Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático (IPCC) confirma de manera contundente que el cambio climático es un fenómeno “inequívoco”, “acelerado” e “inducido por la acción humana”. Las actividades humanas en el mundo contemporáneo globalizado han provocado un calentamiento global irrefutable. Este fenómeno es multifactorial, pero la especie humana y la industrialización que vino con ella ha sido una acelerante en dicho proceso (Borrás, Susana, 2016). Es evidente que el modelo de desarrollo económico insostenible adoptado por los países más industrializados requiere gran cantidad de combustibles fósiles, responsables de la mayor parte de las emisiones de gases de efecto invernadero en la atmósfera. Sus necesidades de consumo siguen en aumento. Esto ha llevado a impactos adversos generalizados en la seguridad alimentaria e hídrica, la salud humana, las economías y la sociedad, produciendo desplazamientos forzados y afectando desproporcionadamente a comunidades vulnerables (IPCC, AR 6, 2023).
En América Latina y el Caribe, los desastres naturales, y las perturbaciones socioeconómicas producto del cambio climático, han exacerbado su vulnerabilidad. Los efectos del Cambio Climático en esta región se asocian no sólo a catástrofes naturales y ambientales (antropogénicas), sino también a un complejo escenario de mayor exposición y vulnerabilidad de quienes están más desprovistos de protección (UNESCO, 2005). Los desafíos planteados por este escenario medioambiental resaltan una marcada desigualdad: mientras que los países más ricos y poderosos son quienes generan la mayor degradación ambiental, son los países más pobres y vulnerados quienes enfrentan los riesgos, catástrofes y consecuencias más graves.
Esta disparidad es claramente injusta en sus causas y efectos, y sirve como fundamento para la acción internacional sobre el cambio climático, impulsada por la persistente falta de eficacia en los mecanismos de respuesta ante los posibles impactos derivados de la alteración del sistema atmosférico (Borrás, Susana, 2016). En este contexto, abordar el cambio climático implica cuestionar profundamente los modelos predominantes de organización y pensamiento social, los cuales han perturbado los sistemas climáticos y ecológicos del planeta.
La humanidad se encuentra en un punto de inflexión en su relación con su hábitat, y sus acciones presentes son determinantes para generar posibilidades de afrontar el cambio climático actual. Es crucial fomentar la interacción positiva del ser humano con su entorno, promoviendo el bienestar común y educar en nuevos imperativos universales, como el “Principio de responsabilidad” de H. Jonas (1995) o la “Ética de la tierra” de A. Leopold (1949). Jonas enfatiza nuestra responsabilidad de asegurar la subsistencia del planeta para las futuras generaciones, mientras que Leopold amplía los límites de la comunidad moral para incluir suelos, aguas, plantas y animales.
La desigualdad entre las sociedades que producen mayor contaminación y quienes conviven y sufren sus consecuencias ha motivado la generación del movimiento por la Justicia Climática, recogido por la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) en 2021. A través del movimiento, las sociedades más vulneradas por los efectos de la contaminación reclaman la reivindicación de sus Derechos Humanos fundamentales para asegurar su subsistencia y calidad de vida.
El término Justicia Climática fue acuñado por primera vez en el informe de 1999 Greenhouse Gangsters vs. Climate Justice, Corporate Watch, San Francisco. Dicho informe examinó la influencia desproporcionada de la industria petrolera en la política y propuso un enfoque multifacético que incluía responsabilizar a las corporaciones por el calentamiento global, oponerse a los impactos destructivos de su explotación y apoyar a las comunidades afectadas. El movimiento por la Justicia Ambiental se fortaleció en los años ochenta y noventa del siglo pasado, centrado en comunidades marginadas expuestas a riesgos ambientales.
Actualmente este concepto se ve amplificado por la preocupación científica sobre el cambio climático, la frustración con las negociaciones resultantes de Cumbres Climáticas Internacionales y la falta de políticas efectivas a niveles Estatales. La noción de Justicia Climática, en su vertiente política y sociológica, se erige sobre el principio del clima como un bien de carácter global y común, entrelazado con el contexto sociopolítico del cambio climático, el cual se considera un tema que afecta a la ciudadanía dentro de un marco democrático (García, Estanislao et. al., 2018). Es decir, se encuadra en la discusión en torno a los Derechos Humanos. Este concepto encuentra sus raíces en el ámbito de la justicia ambiental y se alinea con la agenda más amplia del desarrollo sostenible, la cual aboga por la transición hacia fuentes de energías renovables. Asimismo, implica el reconocimiento de la responsabilidad colectiva, pero diferenciada, en la lucha contra el cambio climático, teniendo en cuenta su naturaleza multifactorial y la variedad de escalas en las que se manifiesta (Buendía, Mercedes Pardo, and Jordi Ortega, 2018).
En última instancia, la Justicia Climática se vincula estrechamente con la promoción de un desarrollo sostenible robusto, que dé lugar a un nuevo paradigma de sostenibilidad equitativa, concebido como una propuesta comprehensiva para el avance de las sociedades. Por otro lado, hace ya más de una década se viene desarrollando la Bioética de las Catástrofes, donde la perspectiva Bioética enfoca los actos humanos en situaciones límites. Analiza desde el desastre mismo el acercamiento o desatención social y política a valores cruciales como equidad, respeto, responsabilidad, solidaridad, derechos y deberes, así como el impacto que producen sobre la vida de personas y comunidades afectadas (Kottow, Miguel, 2010). Sin embargo, a nivel Latinoamericano, la Bioética Global, la Vulnerabilidad, Justicia Climática y Bioética de Catástrofes son conceptos escasamente incorporados en programas de Bioética Se abordan como corolarios o son simplemente desatendidos, predominando la bioética Clínica o la Ética de la Investigación.
Con todo, hay un relativo acuerdo global en lo esencial: estamos en un momento de la historia humana y planetaria en la que, o actuamos, o ponemos en jaque la supervivencia de las especies tal y como las conocemos. A nivel mundial ha habido iniciativas sostenidas en el tiempo y que han generado mayor o menor impacto y compromiso en los Estados, entre ellas, La Conferencia de las Partes (COP), Cumbre Anual que realiza la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático, iniciada en París el año 2015. Así mismo, un ejemplo de la atención al tema desde el mundo religioso es la Encíclica Laudato Si´ (2015) u otras Declaraciones de diversas religiones ((ver, por ejemplo: https://www.almizan.earth/), lo que nos demuestra al menos 10 años de esfuerzos transversales por visibilizar el tema y movilizar el actuar en conciencia desde distintas miradas religiosas y sociopolíticas.
En este contexto, han surgido preguntas acerca de la pertinencia de establecer principios y normas éticas universales que concomitantemente aseguren el respeto a las particularidades morales y culturales (Taylor, Charles, 2021). A primera vista, pareciera que la diversidad –cultural, axiológica, socioeconómica– del mundo actual hacen la tarea de la Bioética Global casi imposible. Sin embargo, la idea original –el puente de Potter– de un lenguaje común en la Bioética puede colaborar en proveer un estándar internacional para la resolución de conflictos (Teays, W., Gordon, J. S., & Renteln, A. D., 2014).
Al referirse a la necesidad de una normativa Bioética Global, diversos autores han sugerido que la categoría ético-antropológica de la Vulnerabilidad puede ser considerada un principio apropiado para formar la base de la Bioética Global, dado que este concepto expresa ciertas características compartidas universalmente por todos los seres humanos y que, al mismo tiempo, permiten el respeto a la variedad de contextos específicos donde estas vulnerabilidades se materializan y explotan (de Amorim Cini, R., Rosaneli, C. F., & Sganzerla, A.,2017; Montero Orphanopoulos, Carolina, 2024).