Nada nos podía hacer prever las dimensiones de lo que estamos viviendo. Ni en el peor de los
escenarios que nuestra imaginación pudiera proyectar podíamos pensar en Enero pasado que ocho
meses después de la visita de Francisco la Fiscalía habría allanado los tribunales eclesiásticos de cuatro
diócesis para recabar información; que la Conferencia Episcopal en pleno habría presentado al Papa su
renuncia (cinco obispos hasta el momento han sido reemplazados por administradores apostólicos); que
semana tras semana seríamos bombardeados con nuevas denuncias de abuso de poder y sexual; que
tendríamos que ver a un obispo – renunciado pero aún en ejercicio – saliendo por la ventana de su
oficina para no responder las preguntas de los periodistas; que nos cansaríamos de las peticiones de
perdón y que clamaríamos por acciones concretas, entre otras muchas escenas que nos han regalado
estos meses convulsos.
La peor de las tentaciones en este momento es pretender simplistamente juzgar y separar el bien del
mal; trazar una línea divisoria entre buenos y malos, entre los que se han equivocado y los que no. Esa
tentación aparece todo el tiempo; cuando algunos prefieren hablar de “casos de abuso” en lugar de
aludir sin eufemismos a la “cultura de abuso y de encubrimiento” de la cual el mismo Francisco ha
hablado en su “Carta al Pueblo de Dios que peregrina en Chile” 1 , cuando se sitúa el pecado solo en un
estamento de la Iglesia – en los obispos, en los sacerdotes, en los homosexuales, ¡en los varones! -,
cuando se insinúa que el problema está en la Iglesia conservadora y no en la liberal. Buscamos
explicaciones que alivianen el hecho que durante años la Iglesia fue desplazando a Cristo del centro de
su vida, y se fue poniendo a sí misma al centro: su fama, su poder, su influencia, su status, hasta quedar
convertida en una caricatura. Nos parecemos a los discípulos de Emaús, intentamos hacer el camino de
regreso en medio de nuestra confusión, sintiendo que nos arde el corazón pero con los ojos todavía
nublados por todo lo que hemos visto.
La verdad es que todos quienes hemos sido parte de la iglesia católica chilena en las últimas tres o
cuatro décadas hemos sido también parte, de algún modo, de esa cultura de abuso y de encubrimiento.
Quizás porque no sabíamos cómo actuar de frente a quienes vivían una doble vida, o por haber
justificado el bien de la institución por encima del de sus miembros, por haber convertido el relato de
un abuso en un chisme de pasillo en lugar de un problema de justicia, por haber tolerado el uso
ambiguo del poder y haber sido condescendientes con quienes detentaban la autoridad. El abuso sexual
no es sino el último eslabón de una cadena de pequeños abusos de poder que comienza mucho antes, y
es imprescindible asumir que debemos aprender a actuar en esas etapas tempranas, cuando todavía no
ha sido quebrada la dignidad de quien soporta el abuso. Todavía estamos muy lejos de poseer el
instrumental conceptual y ético que nos permita estar a la altura de la tarea, pero muchos hemos
comenzado a trabajar desde nuestro lugar.
Es indiscutible que la jerarquía eclesiástica ha perdido su credibilidad y su autoridad, y que deberá
trabajar seria y arduamente para volver a legitimarse en la esfera pública. Parte importante de esa
legitimación irá de la mano con su capacidad de dar cuerpo a una nueva ética vocacional y profesional
del sacerdocio que supere una teología trascendentalista que ha impedido sistemáticamente hablar de
algo tan concreto como los derechos y deberes del sacerdote. Porque de la misma manera que esta
crisis ha dejado al descubierto el sufrimiento de quienes han sido abusados, ha puesto también en
evidencia la precariedad en que muchos sacerdotes ejercen su ministerio.
1 http://www.iglesia.cl/documentos_sac/31052018_1142am_5b1017d532c3f.pdf
Pero también hay una serie de otros desafíos tanto o más importantes que tocan a todos los creyentes y,
en definitiva, a la sociedad chilena. Es imprescindible, por ejemplo, que las voluntades políticas,
eclesiales y sociales en general se unan para crear una “comisión de verdad y reparación” que cumpla
con los estándares internacionales y asuma la tarea de documentar los relatos de las víctimas y definir
vías de reparación. Es necesario entender en profundidad los eventos causales que condujeron a la
iglesia católica chilena hasta este punto, de manera que toda la sociedad pueda implementar medidas
que prevengan una nueva crisis como la que vivimos. Todo este aprendizaje podrá ser útil, además,
cuando otras iglesias del continente vivan situaciones semejantes.
Por último, un asunto que me parece importante mencionar y poner en relación con lo anterior, es la
situación de las mujeres. En lo que va del año se han producido en Chile 26 femicidios consumados y
80 frustrados (en 2017 hubo 44 consumados), las protestas feministas no han cesado y las demandas
por justicia se multiplican. En este escenario son más necesarias que nunca las voces proféticas que
anuncien la dignidad de los hijos y las hijas de Dios, que construyan una iglesia donde todos y todas
podemos experimentar la vida en abundancia que Jesús nos ofrece, sin que haya miembros de primera,
segunda y tercera categoría.
¿Algún signo de esperanza? Claro que sí, muchos llegan desde la iglesia universal a partir del impulso
del Papa Francisco 2 y de las propias mujeres consagradas 3 , y otras de las organizaciones laicales que
ha comenzado a tomar la posta de la vida cristiana a lo largo de todo Chile. Se siente en ellas un latido
conciliar, que habla de sinodalidad, de autonomía, de discernimiento; esas voces que el Concilio
Vaticano II nos regaló, y que seguramente son las que pueden devolvernos la posibilidad de una iglesia
donde todos cabemos, pero donde los importantes son los que ocupaban el primer lugar en el proyecto
de Jesús.
2 Se crea la Comisión de Estudio sobre el Diaconado de las mujeres: https://es.zenit.org/articles/se-reune-en-el-vaticano-la-
comision-de-estudio-sobre-el-diaconado-femenino/
3 Asamblea Plenaria de las Superioras Generales (UISG) con el Papa Francisco (13/05/2016):
https://press.vatican.va/content/salastampa/es/bollettino/pubblico/2016/05/13/monjas.html