El 3 de octubre de 2020, el Papa Francisco firmó la encíclica Fratelli tutti[1]. Los grandes temas de la encíclica son la fraternidad y la amistad social, dos principios íntimamente ligados entre sí. ¿Es viable proponer la fraternidad como principio ético en un mundo altamente secularizado?
Desde la perspectiva de la fe cristiana, la fraternidad tiene fundamentos muy sólidos. La encíclica los explicita con claridad en el número 85: Dios ama a cada ser humano con amor infinito y Cristo derramó su sangre por todos. Cada uno tiene, pues, una dignidad infinita. La fuente última de la fraternidad se encuentra en la comunión trinitaria, a cuya imagen y semejanza hemos sido creados. Sin embargo, estos fundamentos teológicos carecen de fuerza persuasiva fuera del horizonte de la fe cristiana. El Papa quiere, en la mejor tradición de la doctrina social de la Iglesia, entablar el diálogo con todas las personas de buena voluntad (FT 6). Por eso es preciso identificar otro fundamento, con plausibilidad secular. Francisco lo encuentra en la dignidad humana, una convicción ética ampliamente compartida (FT 106).
Si la fraternidad nace del reconocimiento de la valía intrínseca de cada persona, se comprende que el lugar de nacimiento o de residencia, el sexo, el color de la piel o cualquier otra característica, de las que aristotélicamente podemos llamar accidentales, puede ser razón para que una persona goce de menos derechos fundamentales que otra o para que se vea privada de los medios y oportunidades necesarios para una vida conforme a las exigencias de la dignidad humana. No se trata solamente de los mínimos para que subsista, sino de lo necesario para que pueda florecer como persona. En una sociedad fraternal no hay personas descartadas (FT 107.110). La fraternidad parte del reconocimiento de la absoluta igualdad de todos los seres humanos, precisamente en cuanto a su humanidad y, por ende, su dignidad fundamental. Estas consideraciones traen espontáneamente a la mente la definición fundacional de la justicia social en la obra del jesuita italiano Luigi Taparelli D’Azeglio (1793-1862): si se comparan dos personas atendiendo solamente a la idea de humanidad, la relación que se da entre ellas es de perfecta igualdad[2]. Además de la igualdad en cuanto a la dignidad, también hay que afirmar la igualdad de todos en cuanto a la fragilidad y vulnerabilidad, otro dato importante para la ética fraternal[3].
Desde mi punto de vista, el principio fraternidad, así fundamentado y definido, puede ser perfectamente integrado en la filosofía política y la bioética social elaboradas fuera de consideraciones teológicas, superando el “eclipse de la fraternidad” que se constata tanto en la filosofía política como en la ética del siglo XX[4]. El pensamiento liberal ha privilegiado la libertad, con perjuicio de la igualdad real de las personas; mientras que los sistemas socialistas, particularmente los de corte marxista, han concedido el puesto de honor a la igualdad, con perjuicio de la libertad.
Las razones para el eclipse de la fraternidad son múltiples. Entre ellas cabe destacar la dificultad para articular un principio de fraternidad en el lenguaje de los derechos, que ha venido a ser la categoría preferida para las reivindicaciones sociales, al menos en las democracias liberales o socialdemócratas. En mi opinión, el principio fraternidad permite conjugar la libertad y la igualdad, añadiendo la dimensión del afecto y del cuidado mutuo en la vulnerabilidad. Como apunta Ángel Puyol: “la fraternidad… impele a vivir como iguales y a ayudarse mutuamente en caso de necesidad[5].” La filosofía, la ética y la bioética del siglo XXI necesitan integrar el principio fraternidad, otorgándole un lugar de honor tanto en la reflexión como en la praxis.
El principio fraternidad tiene unas implicaciones importantes para la bioética social global. Estamos entrando en el tercer año de la pandemia COVID-19. Como es habitual con otras situaciones catastróficas, no todos somos afectados de la misma manera. Aquellos con mayor vulnerabilidad social, sufren un impacto mayor[6]. Se ha dicho con frecuencia que. en una pandemia, estamos todos en el mismo barco. No es verdad. Estamos en la misma tormenta, pero navegamos en embarcaciones muy diversas. Unos viajan en yates de lujo, bastante estables y bien protegidos; otros navegan en pateras. Claro, nadie está absolutamente seguro en medio de la tormenta, pero es preciso reconocer las inequidades sociales y económicas en el ámbito de la salud global. La inequidad en la distribución de las vacunas ilustra con claridad esta diversidad de embarcaciones, que nos coloca en las antípodas de la fraternidad.
Aunque la bibliografía es abundante, debemos contentarnos con unas pocas pinceladas. El tema de las vacunas es particularmente relevante. Como ha señalado el Papa Francisco: las vacunas, junto a otros tratamientos en fase de desarrollo, representan la solución más razonable para prevenir el progreso de la pandemia a nivel global[7]. Según los datos de One World in Data, al 4 de enero de 2022, el 58.6% de la población global había recibido al menos una dosis de alguna de las vacunas aprobadas, pero solamente el 8.5% de la población de los países de bajo ingreso había recibido por lo menos una dosis[8]. El número de personas con la serie completada es todavía menor. Se ha calculado que el continente africano, con una población de alrededor de 1,300 millones de personas, completaría la vacunación del 70% de su población antes del 2024[9]. Esto seguramente implica miles de muertes en ese continente, pero también una amenaza para el resto del mundo. Sabemos que cada nueva infección es una oportunidad para que el virus mute, con imprevisibles consecuencias para toda la humanidad, pero siempre con mayores riesgos para los más vulnerables.
Las causas para la inequidad en la distribución de las vacunas son múltiples. Una de ellas ha sido el acaparamiento de vacunas por los países ricos. Al problema del acaparamiento se añaden otras dificultades relacionadas con la pobreza y las inequidades estructurales que encontramos en los países de bajo ingreso. Como señalaba un artículo publicado en noviembre del año pasado por el Wall Street Journal, que las vacunas lleguen a los países más empobrecidos no significa que lleguen a las personas que las necesitan. Esos países, además de las vacunas, necesitan fondos para llevar a cabo campañas de educación, establecer centros de vacunación y adquirir la refrigeración necesaria para almacenar las dosis de vacunas[10]. En otras palabras, la crisis que supone la inequidad en la distribución de vacunas refleja complejos problemas de injusticia estructural a nivel global, que son el resultado siglos de exclusión y descarte[11]. Un problema adicional lo plantean los derechos de propiedad intelectual de las compañías farmacéuticas. Es un tema complejo que no podemos abordar ahora, pero que requiere reflexión ética y profunda, máxime en el caso la de las vacunas COVID. Además de la urgencia humanitaria, hay que destacar que ingentes fondos públicos se invirtieron en su desarrollo.
En una sociedad global fraternal, en la que todos nos reconocemos como iguales y llamados a cuidarnos mutuamente, nadie debe quedar excluido del acceso a las vacunas y tratamientos en la actual situación de pandemia. Esto requiere, como ha señalado el Papa, el compromiso de la comunidad internacional en su conjunto. El acceso de todos a la vacunación es una meta que urge conseguir, sabemos que no solo por razones fraternales. En una pandemia, nadie está seguro hasta que no lo estemos todos. Pero los cristianos no podemos quedarnos contentos ni con las razones prácticas ni incluso con la sola distribución equitativa de las vacunas. Es preciso que nos comprometamos con la superación de las estructuras históricas de inequidad, tanto en el nivel nacional como en el global, que impiden la realización histórica de la fraternidad.
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[1] https://www.vatican.va/content/francesco/es/encyclicals/documents /papa-francesco_20201003_enciclica-fratelli-tutti.html Accedido: 14 de enero de 2022.
[2] Tomo la cita de González-Carvajal, L. (2010). El hombre roto por los demonios de la economía. Madrid: San Pablo y Universidad Pontificia Comillas, 53.
[3] Martínez Navarro, E. (2020). Ética de la vulnerabilidad en tiempos de pandemia. Veritas 46, 77´96.
[4] Cf. Domènech, A. (2019). El eclipse de la fraternidad. Tres Cantos, Madrid: Akal
[5] Puyol, A. (2018). Sobre el concepto de fraternidad política. Daimon. Revista Internacional de Filosofía, Suplemento número 7, 92.
[6] Ferrer, J. J. (2020). “Acts of God” or Human Choices? An Ethical Reflection on “Natural” Disasters: Revista Iberoamericana de Bioética Nº 14, 01-19 (2020) 1-19 DOI: 10.14422/rib.i14.y2020.00.
[7] https://www.vatican.va/content/francesco/es/speeches/2022/january/documents/20220110-corpo-diplomatico.html Accedido: 14 de enero de 2022.
[8]Coronavirus (COVID-19) Vaccinations – Statistics and Research – Our World in Data Accedido: 5 de enero de 2022.
[9] https://www.france24.com/es/%C3%A1frica/20211214-oms-africa-70-vacunas-covid-2024 Accedido: 14 de enero de 2022.
[10] https://www.wsj.com/articles/covid-19-vaccines-are-now-reaching-poor-countries-but-not-eoples-arms-11636741322 Accedido: 14 de enero de 2022.
[11] Véase el excelente libro de Farmer, P. (2020). Fevers, Feuds, and Diamonds. New York: Farrar, Straus and Giroux.