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Ética y sinodalidad. A 10 años del pontificado del Papa Francisco.

A nuestro parecer, la medida de gran calado que el Papa Francisco se ha propuesto en la Iglesia Católica, dando continuidad a la renovación conciliar, es promover la sinodalidad, entendida ésta como un proceso eclesial transformador, de mediano y largo alcance, más que como un acontecimiento puntual[1]. Aunque la manera como esta tendencia sinodal ha tocado el área de la moral cristiana es aún muy limitada, es esperanzador que los avances en esta materia sigan progresando.

Y es que uno de los temas de la vida eclesial, tanto a nivel práctico como a nivel teológico, que ha estado lejísimos de lo que significa la sinodalidad, es justamente el de la moral cristiana. Más aun, es evidente que una de las tendencias del pontificado el Papa Juan Pablo II, fue la de cerrar de forma definitiva toda discusión sobre los temas de la moral, tanto en el área fundamental, a través de la encíclica Veritatis Splendor[2], como en la moral especial, particularmente en lo relacionado al inicio y al final de la vida humana, mediante las encíclicas Evangelium Vitae y Donum Vitae.

Lo anteriormente indicado sobre la sinodalidad y la moral cristiana resulta relevante, si consideramos que en este terreno existe un verdadero cisma silencioso, el cual consiste en que la mayoría de las y los fieles católicos no siguen las prescripciones morales del Magisterio Eclesiástico, especialmente en materia de sexualidad y, en menor grado, en lo relacionado al inicio y al final de la vida humana.

Uno de los factores que han propiciado esta problemática ha sido la falta de escucha y diálogo entre el Magisterio eclesiástico y la feligresía, durante siglos. Como lo señala la misma Comisión Teológica Internacional, al respecto del Sensus fidei fidelium, un tema que está en el corazón de la sinodalidad: “Los problemas surgen cuando la mayoría de los fieles permanecen indiferentes a las decisiones doctrinales o morales tomadas por el Magisterio, o cuando las rechazan por completo… Pero en algunos casos, esto puede ser un signo de que ciertas decisiones han sido tomadas por las autoridades sin que éstas hayan tenido en cuenta la experiencia y el Sensus Fidei (n° 123) de los fieles como deberían haber sido, o sin que el Magisterio haya consultado suficientemente a los fieles”. Es decir, se ha elaborado “una moral para la feligresía”, pero “no con ella”.

Por el contrario, hay dos aspectos del pontificado del Papa Francisco que contrastan con lo anterior. En primer lugar, la exhortación apostólica en la que se abordan temas de moral, Amoris Laetitia, ha sido precedida en su elaboración por dos sínodos, es producto de un “camino sinodal”[3]; algo que, a nuestro parecer, no había tenido precedente en la historia reciente de la Iglesia. No quiere decir esto que los pontífices anteriores no tomaran en cuanta la realidad de los temas abordados, sino que en esta ocasión se hace hincapié en los procesos de escucha y diálogo que implican los sínodos. Como lo constata la misma exhortación, es evidente que esta escucha y diálogo permite “ampliar la mirada”, adquirir mejor claridad sobre la complejidad de los temas a tratar.

En segundo lugar, los términos y el tono en el que el Papa Francisco se expresa, son diferentes. Por ejemplo, los Papas Juan Pablo II y Benedicto XVI siempre relacionan a la moral con la Verdad, con mayúscula, lo cual da un matiz dogmático a la primera. Por el contrario, en la exhortación Amoris Laetitia, y en otras referencias a la moral, no aparece la moral ligada a la Verdad dogmática, lo cual indica que, sin caer en relativismos, toda reflexión ética debe reconocer la necesidad de profundizar con libertad en esas problemáticas morales; no pretender resolver todo con normatividades generales, ni esperar que estas problemáticas las resuelva de forma definitiva el Magisterio eclesiástico; aceptar que hay diferentes maneras de interpretar la doctrina, sin afectar la unidad de fe y de praxis; además de que en cada país puedan haber soluciones más inculturadas a las diversas problemáticas morales[4], y algo que es digno de destacar, todo planteamiento moral debe estar acompañado del discernimiento y la libertad de conciencia de la feligresía, factores el Magisterio y los pastores deben dejar de sustituir[5].

Pero ¿cómo dar el paso de una Iglesia sinodal, que en muchos se menciona poco, a una moral sinodal? Es necesario aclarar, que esta tarea moral no es exclusiva de las Iglesias locales, ya que el ejercicio ético es propio de todo ser humano. A esto hay que sumar entonces a todas las personas de buena voluntad, con sus maneras de ser y de pensar. Aunque el ejercicio parezca titánico, hay que recordar que hablamos de un proceso, de un camino, que puede hacerse a diferentes niveles de reflexión y de intervención. En este sentido es necesario fomentar una ética de autonomía, “teónoma”, en dialogo crítico y a la vez propositivo con la cultura circundante. Ese diálogo atento a los signos de los tiempos, que pueden asumir  también un carácter normativo, debe saber discernir y orientar a las comunidades en el fomento de los más altos valores humanos. Esto significa señalar el carácter cristiano de esos valores y ofrecerlos como un aporte a la sociedad, contribuyendo a generar una “amistad social”[6].

Una conclusión evidente es que, si bien el actual pontificado ha impulsado este proceso sinodal, es responsabilidad de toda la Iglesia el darle continuidad, cada quien en sus propios espacios, ofreciendo de manera generosas sus propios recursos, como “Iglesia en camino de conversión sinodal”[7].

[1]https://www.vatican.va/content/francesco/es/speeches/2015/october/documents/papa-francesco_20151017_50-anniversario-sinodo.html

“La sinodalidad, en este contexto eclesiológico, indica la específica forma de vivir y obrar (modus vivendi et operandi) de la Iglesia Pueblo de Dios que manifiesta y realiza en concreto su ser comunión en el caminar juntos, en el reunirse en asamblea y en el participar activamente de todos sus miembros en su misión evangelizadora” (6). https://www.vatican.va/roman_curia/congregations/cfaith/cti_documents/rc_cti_20180302_sinodalita_sp.html

[2] Marciano Vidal. (1994). La propuesta moral de Juan Pablo II. Madrid: PPC. Dietmar Mieth (dir) (1996) La teología moral ¿en fuera de juego? Respuesta a la encíclica Veritatis Splendor. Barcelona: Herder.

[3] N° 2. N° 4: “Por ello consideré adecuado redactar una Exhortación apostólica postsinodal que recoja los aportes de los dos recientes Sínodos sobre la familia, agregando otras consideraciones que puedan orientar la reflexión, el diálogo o la praxis pastoral y, a la vez, ofrezcan aliento, estímulo y ayuda a las familias en su entrega y en sus dificultades.

[4] Ídem.

[5] Ídem. N° 37.

[6] N° 3-8. https://www.vatican.va/content/francesco/es/encyclicals/documents/papa-francesco_20201003_enciclica-fratelli-tutti.html

[7] Documento final del Sínodo Amazónico, Capítulo V “Nuevos caminos de conversión sinodal”. Recuperado de: https://www.vatican.va/roman_curia/synod/documents/rc_synod_doc_20191026_sinodo-amazzonia_sp.html