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GUERRA DE DIOSES: Posverdad o fin del Secularismo

En América Latina y el Caribe, en el campo de la moral social, asistimos nuevamente a una Guerra de Dioses. Los teólogos eticistas, aunque lo deseen, no podrán mantenerse al margen de este nuevo escenario. Las terceras posiciones no existen. Siempre se está en uno de los dos lados. La condición de tibios no es evangélica. “Quien no confiesa a Cristo confiesa al demonio”, dijo Francisco.[1] Por consiguiente, los teólogos eticistas sociales: o estarán del lado del 90% de los pobres trabajadores desechados, o estarán del lado del 10% de los rentistas dueños del 90% del capital -financiero y natural.[2] Estarán del lado del Dios verdadero que se encarnó, vivió entre los pobres y murió por ellos, o del lado del dios dinero que lo colgó de un madero y sigue crucificando. Como dijo Francisco, “la política es la forma más alta de caridad”. Si esto es así, no solo la política cae en el campo de la ética y de las virtudes, sino también hacer política nos hace virtuosos. Pero política para la administración de los bienes comunes es lucha por derechos y no por verdades, lo contrario es metafísica. Quizás sea conveniente recordar que la lucha por verdades trascendentes es teología, pero la lucha por verdades inmanentes es idolatría. En contra de lo que se piensa últimamente, no estamos en la época de la post verdad sino en el fin del secularismo, es decir, en la vuelta a la lucha por verdades. De la teología política al totalitarismo hay solo un paso.

El comienzo de la modernidad, con su modelo de Estado Nación, se caracterizó por ser una lucha política con fines particulares económicos, pero enmascarada en lucha por verdades religiosas.[3] El escenario social se hallaba atomizado entre los distintos sectores de la burguesía agrupados de acuerdo a los distintos gremios, incluyendo estos tanto a patrones dueños de los medios de producción como trabajadores y aprendices, tratando de llegar a la administración del Estado para garantizar sus intereses sectoriales. No obstante, la lucha que se libraba por intereses particulares, siempre estaba oculta detrás de verdades religiosas.[4] Dicho de otro modo, públicamente no hablaban de intereses sino de principios, por lo cual el argumento con el que movilizaban a la acción era religioso y no político, y los pobres no eran más que un ejército al servicio de ídolos.

La lucha política moderna, hasta la Revolución Industrial, fue lucha por verdades. A partir del siglo XVIII, con los cambios cualitativos en el modo de producción, la lucha política por verdades religiosas deviene lucha política por derechos sociales. Por primera vez en la historia los sectores trabajadores tendrán palabra pública mediante sus organizaciones sindicales primero, y partidarias más tarde. El escenario cambia, y los gremios por rama de trabajo devienen sindicatos de trabajadores. El escenario social se divide en dos: los de arriba, formado por una burguesía dueña de los medios de producción; y los de abajo, formado por todos los trabajadores. Cada uno de estos sectores armara su propio partido político con la finalidad de llegar al gobierno -o administración de los bienes comunes por parte de un Estado centralizador de bienes y cuerpos-, para garantizar: en el caso de la burguesía, sus intereses individuales de clase; en el caso de los trabajadores, sus necesidades colectivas vitales.

A partir de la Revolución Industrial, la verdad sale del campo de lo político como tema de interés de los de abajo y es reemplazada por lucha  de derechos sociales de parte de los trabajadores. Eso fue el secularismo, y no la separación Iglesia Estado, como simplemente se cree. Lo que se separa es lo religioso de lo político, es decir lo metafísico de lo práctico, la verdad de los derechos.[5] Esto permitió que los sectores pobres, es decir los trabajadores, aquellos que no viven de la renta sino de su trabajo para sobrevivir hasta el dia siguiente, por primera vez en la historia se organicen sindicalmente y arman sus propios partidos políticos como estructuras de representación de sus propias necesidades con la intención de que fuesen reconocidas por el Estado como derechos.

En América Latina, durante el siglo XX, en muchos países esto fue eficaz. Los sectores trabajadores dejaron de participar en luchas que no eran parte de sus necesidades vitales, desplazando la falsa religión de la política, y enfocando en una conquista de derechos que les garantizara una vida digna para ellos y su familia. La organización sindical y los partidos políticos de los trabajadores no fueron solamente, durante el siglo XX, meras instituciones mediadoras de salario. Por el contrario -con la ayuda de la pastoral cristiana en sus organizaciones-, fueron también instituciones sociales que lucharon por condiciones de vida digna. Un ejemplo de esto son la larga lista de derechos sociales conseguidos por los sectores pobres -es decir trabajadores-, como por ejemplo: jornada de ocho horas, seguro en el empleo, acceso al crédito para viviendas, educación pública primaria, secundaria y terciaria, sistema salud y previsión social.

En el siglo XXI el escenario cambia. La lucha por derechos sociales vuelve a convertirse en lucha por verdades. Los sectores pobres, trabajadores ahora desempleados, vuelven participar de la Guerra de Dioses. Ya no salen a las calles a demandar por derechos sociales sino por verdades funcionales a sectores particulares en el poder del Estado. No les importa, a los trabajadores, si en un día derogan todos los derechos conseguidos en cien años de lucha política y sindical, con tal de saber la verdad sobre la corrupción. Los partidos políticos se convirtieron en agrupaciones que incluyen sectores que hasta ahora pertenecían a partidos opuestos, y las organizaciones sindicales son reemplazada por movimientos sociales, ya que el sindicalismo no es posible cuando no se tiene trabajadores juntos, por ocho horas, seis días a la semana, en un mismo espacio.

Esta nueva forma que adquiere la Guerra de Dioses hace que -con la ayuda del falso discurso religiosos-moralista de los medios de comunicación hegemónicos- los pobres trabajadores estén más interesados en que el dinero que ha caído en manos profanas vuelva a manos sagradas -aunque nunca a las suyas-, que en la pérdida cotidiana y progresiva de todos sus derechos. Dicho de otro modo, si en esta lucha pierden, a cambio, todos los derechos sociales conseguidos y con ellos su dignidad, no les importa, siempre y cuando el dios dinero no sea profanado, es decir, no caiga en manos que no sean sagradas, como si el origen de las grandes fortunas no estuviese manchado de corrupción. Parecería que el dios dinero también salva, purifica y santifica, sin embargo no es sustentable ya que no puede mantener en la vida al mismo mundo por él creado.

No intento poner en debate aquí el tema de la corrupción de los gobiernos -la cual se da tanto en gobiernos de corte popular como de corte burgués-, sino el cambio de eje del conflicto social. Lo sagrado vuelve a ocupar la escena como fetiche de la explotación de los de arriba sobre los de abajo -si es que aún pueden ser explotados en un escenario de capitalismo financiero y extractivista que ha puesto fin al trabajo asalariado.

La verdad es campo de la metafísica y no de la ética y la política, como ética práctica. Cuando la verdad pasa a ser el centro del debate político comienzan los problemas como: totalitarismo y caza de brujas. No significa esto que la verdad no existe, que no importa, o sobre lo cual no debamos reflexionar y predicar. Significa que la verdad no es algo que debe debatirse y juzgarse desde los escaños de la política. El criterio sobre el que se juzga en el campo de la política es el de justo-injusto, y no verdadero o falso, bueno o malo, bello o feo. La verdad puede ser su fundamento, pero no su instrumento enmascarador. No se trata de una distinción academicista. Por el contrario, cuando los criterios de juicio se desplazan de un campo a otro, los primeros que sufren son los más pobres.

La ética latinoamericana de la liberación se destaca por hacer una propuesta nueva. La misma consiste en una ética construida a posteriori de la realidad cultural. Dicho de otro modo, teniendo como fundamento principios a los que se considera verdaderos -en el caso del cristianismo, los evangelios-, se juzga la realidad de manera culturalmente situada y se proponen acciones que tengan como fin la vida buena y digna para todos los hombres, considerados estos como imagen de Cristo. Sin embargo, algunos sectores teológicos cristianos -olvidando que para ellos el único Dios verdadero es el Dios Uno y Trino que se encarna en la segunda persona de la trinidad para rescatar al hombre de las garras del pecado al precio de la vida-, en lugar de defender estructuras políticas que  representen y garanticen una justa distribución de los bienes para garantizar la vida digna de hijos adoptivos de Dios a todos los hombres, usan su pluma para justificar teológicamente procedimientos políticos que no hacen más que entronar ídolos. Laudato Si, es un canto de alabanza al único Dios verdadero, y no a ídolos opresores.

La ética teológica tiene -como todo en la vida- dos alternativas: defender a las creaturas de Dios que están sufriendo, o defender un sistema que mata. Si hacen lo primero son desestimados como teólogos y acusados de hacer política. Si hacen lo segundo son vistos como en el camino de lo políticamente correcto. Cabe preguntarse de qué dios son teólogos. Un teólogo eticista que pretenda ser fiel al evangelio, a la tradición cristiana y católica, al magisterio episcopal y pontificio, deberá replantearse si el campo de la moral social no es también su campo misionero. La paz depende de la justicia social, pero también de la misericordia. Sin misericordia toda ética teológica corre el riesgo de perder su legitimidad moral, al margen de su precisión académica.

 

 

 

 


[1] Francisco, Homilia a los Cardenales, 14 de Marzo de 2013.

[2] Cf. Piketty, Thomas, El capital en el siglo XXI, Fondo de Cultura, 2014.

[3] Cf. Cavanaugh, Bill, El mito de la violencia religiosa, Nuevoinicio, Granada, 2010.

[4] Cf. Thompson, E.P. La fromacion de la Clase obrera en Inglaterra, Capitan Swing, Madrid, 2012.

[5] Marramao, Giacomo, Poder y Sacularismo, Peninsula, Barcelona, 1989.