El 4 de octubre el Papa Francisco inició el Sínodo Amazónico con un servicio de oración y sembrar un árbol en los jardines del Vaticano. Entre los muchos símbolos que allí se instalaron como parte del servicio se encontraba la estatua de una mujer embarazada y desnuda. Indígena, Amazónica, pintada, desnuda, colmada de vida, la estatua y algunas copias de la misma se movía de lugar en lugar durante los diferentes servicios que marcaban el ritmo del sínodo.
Pero temprano en la mañana del 21 de octubre, un grupo de bandidos tomó las copias de la estatua, llevándolas hasta la orilla del Río Tiber y allí las tiraron. Este acto fue considerado como muchos como una “limpieza del templo” de imágenes idólatras y falsas. Esto fue la culminación de días de controversia donde se discutía el significado de las estatuas para las gente de la Amazonia y para la Iglesia. Bajo los argumentos de que las imágenes realmente representaban ídolos falsos se encontraba un asqueroso desprecio por una Iglesia que trataba de entender las necesidades y promesas de los pueblos originarios Amazónicos. Aunque nunca se esclareció si la imagen representaba la Nuestra Señora de la Amazonia, o servía estrictamente como un símbolo de fertilidad puramente pagano, lo que SÍ llegó a esclarecerse es que muchos dentro de la Iglesia Católica tienen una idea muy distorsionada de lo que es la inculturación. Éstos se arraigan a una manera de “ser iglesia” que añora los tiempos en que se utilizaba la violencia colonial como herramienta de evangelización en los territorios colonizados de las Américas, violentando los cuerpos oscuros y negros hasta hacerlos despreciar todas aquellas maneras en que sus pueblos reconocían lo sagrado ya trabajando entre ellos mismos.
El comentarista Paul Fahey propone que el Sínodo, la estatua de Nuestra Señora del Amazonia (frase con la que estoy totalmente de acuerdo), y los eventos mencionados vienen a formar una especie de examen Rorscharch sobre la Iglesia. Pero reflexionando sobre los preparativos para el Sínodo y todo lo que ha ocurrido desde que comenzó me llevan a la conclusión de que el nivel de controversia al que hemos llegado va mucho mas allá que una guerra de cultura o ideología llevada a cabo por tradicionalistas del teclado (así llamados porque su herramienta preferida para atacar las palabras y gestos del Papa Francisco son las redes sociales “Católicas”) en contra de supuestas posturas liberales de Francisco.
En estos momentos los comentarios de la eclesióloga Natalia Imperatori-Lee van al grano: “El destruir los íconos de otras personas viene de un lugar de un miedo profundo, no del poder de esos íconos, si no de la debilidad y fragilidad de lo que algunos llaman su “fe”. Añado que el colonialismo es una droga muy poderosa. Todavía.”
El colonialism que aún está entrelazado en la experiencia Cristiana (aquí me refiero al Cristianismo en todas sus variedades de aquellos que siguen el evangelio) verdaderamente “es una droga muy poderosa. Todavía.”
Las teologías decoloniales y poscoloniales nos preguntan continuamente que consideremos las maneras en que la violencia colonial, primordialmente atacando a los cuerpos , mentes y espíritus oscuros, negros, e indígenas – y el ambiente – están profundamente entrelazadas el el telón de la experiencia Cristiana en el mundo colonializado. En su obra maestra Evangelización y Violencia: La Conquista de América, el historiador Luís Rivera Pagán detalla cautelosamente y con todo detalle las maneras en que la evangelización colonial estuvo marcada, no con el aliento del espíritu del Evangelio, si no con el aliento del libido dominandi Europeo y la violencia ligada al mismo. La evangelización aatada a la conquista requería que todas las expresiones del Cristianismo se parecieran al conquistador, y que borraran – por medio de la espada si era necesario – los símbolos, rituales, y valores por medio de los cuales las culturas indígenas ya honraban y reconocían lo sagrado presente entre ellos. Bajo esta modalidad de evangelizar los símbolos que los pueblos Amazónicos trajeron a Sínodo para representar las diversar maneras en que lo sagrado forma y está presente en su imaginario particular fueran blanco de críticas extensas, y además de destrucción violenta, juzgadas como idólatras, y como presentando una amenaza a la pureza de la verdadera Iglesia.
Es posible acertar que la violencia colonial, específicamente aquella violencia racializada que se lanza en contra de cualquier cosa o persona que refleje lo indígena o de origen no-Europeo, no solo está presente en el Cristianismo contemporáneo, sino que también lo infecta en muchas de sus expresiones. Nuevamente las palabras de la Dra. Imperatori-Lee nos clarifican este punto: “La violencia colonial no es una cosa del pasado.”
Los eventos del 21 de octubre – la destrucción intencional de la estatua de una morena, desnuda, indígena, embarazada – refleja el libido dominandi violento que Rivera Pagán nos viene explicando desde hace unas décadas. Las reacciones ultra-tradicionales al Sínodo están repletas de esa violencia, incluyendo la sexualización de la joven indígena que llevó en danza las sagradas escrituras al altar durante la primera misa. Éste es el deseo de “purificar” a la Iglesia de cualquier cosa que no luzca como el conquistador Europeo, y las imágenes que ellos consideren dignas de representar la historia del evangelio y fidelidad a lo sagrado que las mismas llevan. Las muchas voces que aplaudieron los hechos del 21 de octubre se arraigan al llamado de purificar el templo de ídolos, y de purificar a la Iglesia, y de esta manera enmascarar este espíritu dominante y conquistador. and the images they consider worthy to represent the Gospel story and fidelity to the sacred revealed therein. Pero para esta servidora de piel oscura, mestiza, la que carga en su carne la violencia de la conquista que unió el ADN Africano, Español, e Indígena durante cientos de años de dominación, el que hayan botado estas estatuas en el Río Tiber es el tipo de violencia racializada que me empuja a mantener a la Iglesia a cierta distancia. Esto mientras continuamente lucho por desenredar el evangelio de vida, amor, y misercordia del libido dominandi al que ha estado sujeto, quizá desde los días del emperador Constantino.
La violencia colonial lleva a muchos a detestar aquello que el Papa Francisco expone por medio de sus palabras y acciones: si el nombre de Dios es misericodia, la modalidad de Dios es encuentro. La violencia colonial no solo niega el valor del “otro” racializado y descartado, sino que también se empeña en usar la violencia para mantener a este otro y su influencia a una distancia considerada como apropiada, para que así no moleste la pureza de las expresiones de fe, cultura y sociedad más dominante. El encuentro como modelo de la modalidad de estar presente de Dios, representa un diálogo en el que los participantes del encuentro cambian, a veces de manera radical. Esto nos lo comprueba el evangelio en varias ocasiones en las que Jesús se encuentra con mujeres, como lo es el caso de la mujer con la hemorragia que tocando el vestido de Jesús toma de su poder para así curarse (Marcos 5:25-34), o la mujer Sirofenecia que educa a Jesús sobre una evangelización que puede ir más allá de las demarcaciones ministeriales que el mismo Jesús se había impuesto (Mateo 15:21-28).
El libido dominandi que tanto ha marcado reacciones ante el Sínodo Amazónico nos presenta a la Iglesia un reto sumamente profundo, en especial a aquella Iglesia que busca entender lo que realmente nos pide ese concepto de encuentro hoy en día. ¿Qué cambios radicales se necesitan para honrar lo sagrado en todo el pueblo de Dios? ¿De qué maneras nos llaman estos encuentros como los que hemos visto estas semanas – pero quizá realmente por los pasados cinco siglos – a reconfigurar nuestros conceptos de lo que es sagrado y cómo honrarlo en nuestros rituales (sea que estén llevados a cabo por curas casados y por mujeres diaconisas), símbolos, y oraciones? Pero quizá más importante aún, ¿de qué manera reconoceremos la violencia colonial incrustada en nuestras formas de ser iglesia, de forma que permitimos que el asco en contra del otro se pudra hasta hacerse público al sentir la más mínima provocación o amenaza?
El encuentro del Sínodo nos debe transformar a todos, a la Iglesia global, y a la Iglesia en la Amazonia. Nos debe proveer con nuevas imágenes y lenguaje para romper con siglos de violencia colonial tan arraigada a la experiencia Cristiana en el mundo contemporáneo. Y deberá acercarnos más a la experiencia de lo sagrado especialmente allí, en los lugares donde el libido dominandi de la conquista ha dejado una iglesia marcada más por la espada que por la cruz.