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La ética teológica social del Papa Francisco para sanar el mundo

La realidad efectiva y afectiva se presenta como desafío concreto a la reflexión ética teológica social para saber y poder curar al mundo. No trata de principios universales abstractos proyectados a futuro desde laboratorios académicos, sino de principios sociales concretos construidos con la comunidad eclesial en memoria de un pasado de injusticia.

Intentaré demostrarlo a partir de: (I) las catequesis sociales de Francisco, Curar al mundo -septiembre a octubre de 2020-; (II) el Informe de la Comisión Vaticana Post Covid-19; (III) la exhortación apostólica Querida Amazonia. Me limitaré a mostrar cómo el magisterio social del Papa Francisco constituye un corpus armonioso en la articulación de clamores, amenazas, sueños, virtudes teologales y principios sociales. De su atenta lectura  surge la “forma de vida con sabor a evangelio” que vino a proponer en Fratelli Tutti (FT 1) para curar al mundo de una crisis ecológica socio-ambiental sin precedentes como denuncia en Laudato Si (LS 1).

Sabemos, por fe y confianza, que la realidad, a imagen y semejanza de su creador uno y trino, se manifiesta como producto de una relación comunicativa. Esa relación comunicativa es reconocimiento. Comunica, entre las personas y a modo de alabanza, el valor agregado diferente que cada una de las partes aporta. En esa comunicación valorativa se constituyen identidades personales en unidad simbólica. Por analogía, podría decirse que la productividad de un pueblo es el símbolo donde se manifiesta la unidad en la diferencia. La unidad de un pueblo aparece, efectivamente, en la productividad de bienes y servicios materiales y espirituales. A eso se suma la tecnología como resultado de una práctica histórica creativa, colaborativa y afectiva de aportes diferentes de todos los sectores sociales acumulados durante muchas generaciones. Cuando la comunicación -o diálogo social- entre las partes productivas -que son todas las personas de todos los sectores- deja de ser un reconocimiento valorativo de los diferentes la relación deja de ser simbólica: (I) la común unidad de los Estados se fragmenta; (II) las identidades populares consolidadas institucionalmente se destituyen; (III) las actividades laborales se vuelven improductivas. Dicho de otro modo, cuando se rompe el diálogo social que pone en valor a los cuerpos productivos de manera material, intelectual y espiritual, todo se devalúa y nadie se salva solo.

Sabemos también, por experiencia comunitaria -y por datos de organismos internacionales y por estudios científicos-, que la crisis ecológica social y ambiental pone en evidencia que el mundo está conectado y enfermo: (I) más de la mitad de la población mundial activa, es decir los trabajadores desempleados, están descartados –OIT-; (II) los bienes han sido apropiados de manera absoluta por unos pocos -cf. Thomas Piketty, El capital en el siglo XXI-; (III) la tierra está siendo saqueada (ODS de la ONU). Sentimos, entonces, que hace falta salir a curar al mundo; esa es la misión evangélica.

La Iglesia se vuelve hospital de campaña cuando sale a curar cuerpos y estructuras. Para lograrlo se debería: (I) identificar el conflicto principal y las amenazas que impiden resolverlo; (III) discernir la mejor forma política de acuerdo a los signos de los tiempos mediante los cuales Dios nos habla hoy; (III) organizarse comunitariamente para iniciar procesos de transición justa que posibiliten un cambio de paradigma.

Tierra, Techo, Trabajo y Tecnología son los cuatro clamores que sintetizan y visibilizan los síntomas del conflicto principal que amenaza la estructura social, política y económica de un mundo globalizado. Eso significa que no son sólo un problema para los países de la periferia, sino también para los países centrales, como lo han dejado en claro el fundamentalismo religioso, las mafias transnacionales o la guerra por las vacunas. Esos cuatro términos representan hoy el clamor de millones de personas. Esos clamores o demandas populares -de quienes han quedado fuera de las estructuras democráticas por  demandas sectoriales-, articulados en un discurso común en el que se ha tomado posición como sujeto pueblo, se mueven. Toman la decisión de unirse para salvarse. Lo hacen en memoria del sufrimiento comunitario injusto y de manera políticamente organizada. Dicho de otro modo, los que han sido expropiados de tierra, techo, trabajo y tecnología, cuando convierten su pasión en acción comunitaria -como les dijo Francisco en su II Discurso se constituyen como movimientos populares.

El Papa Francisco escuchó el clamor en el que se hacen presente los pueblos -que representa también el clamor de la tierra-, y convocó a la Comisión Vaticana Post Covid-19 para identificar las amenazas que impiden resolver el conflicto social: (I) amenaza ecológica a la tierra; (II) amenaza económica al trabajo; (III) amenaza sanitaria a la tecnología; (IV) amenaza de seguridad al techo, los Estados, la información y la alimentación.

En Querida Amazonia el Papa Francisco expresa cuatro sueños para vencer esas cuatro amenazas que impiden responder a los cuatro clamores. Para convertir las necesidades en derechos es preciso soñar juntos: (I) un sueño ecológico para enfrentar la amenaza ecológica a la vida en el planeta, lo cual implica una conversión estética; (II) un sueño cultural para enfrentar la amenaza económica que impide el trabajo digno y la protección social universal, lo cual implica una conversión productiva; (III) un sueño social para enfrentar la amenaza de seguridad al Estado, la información y la alimentación, lo cual implica una conversión política; (IV) un sueño eclesial para hacer de la Iglesia un hospital de campaña, lo cual implica una conversión sinodal.

Para reconvertir a la Iglesia en hospital de campaña se necesita tomar decisiones concretas para la acción, por ejemplo: (I) ante la amenaza ecológica, poner en marcha la estrategia cultural de una retirada defensiva -como dice el Discurso del Papa Francisco ante la ONU en 2020-, frente a una ideología tecnócrata, productivista y consumista; (II) ante la amenaza de seguridad, constituir la comunidad organizada como nueva forma política que garantice la representación de todos los sectores sociales es la propuesta de Fratelli Tutti; (III) ante la amenaza económica, gestionar una economía social y solidaria que reconozca monetaria y legalmente al trabajo como cuidado y al cuidado como trabajo es el impulso de los jóvenes de Economía de Francisco; (IV) ante la amenaza sanitaria, salir a sanar cuerpos y estructuras es el mensaje de las catequesis sociales de Francisco para Curar al mundo.

Confesar el credo católico es algo más que repetir; es decidir orar juntos, decir públicamente en qué se cree, y comunicar el fundamento de fe de los principios sociales concretos. Es tomar  posición discursiva en un credo y actuar de acuerdo a la verdad revelada en la que se cree. No se trata de salir a cambiar el mundo por intereses económicos, ni tampoco hacer de los privilegios, derechos humanos. Tampoco se trata de un fundamentalismo religioso teopolítico. Los que creen se mueven por un llamado, por una vocación de Dios a su creatura humana para que cuide y desarrolle la creación. Así: (I) la lucha por el reconocimiento responde al principio de fe en la imago dei reflejada y respetada en sus creaturas; (II) la lucha por la unidad, al principio de fe en la paternidad divina; (III) la lucha por el acceso universal a los bienes, al principio de gratuidad de la creación.

Las catequesis sociales aparecen como una pieza situada de la ética teológica social. Ponen en relación las virtudes teologales con los principios de la Doctrina Social de la Iglesia del siguiente modo: (I) la fe en Dios padre genera conciencia de dignidad humana en la persona, y confianza como participación política en la común unidad que representa un pueblo; (II) el amor misericordioso del Padre hermana en la carne fraternalmente, y genera instituciones solidarias y subsidiarias políticamente; (III) la esperanza en la resurrección es el principio dinámico de los sueños sociales por el acceso y el disfrute de los bienes creados.

Sin embargo, las sombras que describe el capítulo I de Fratelli Tutti  hacen dudar de la gracia recibida, y desconfiar de la común unidad en el pueblo. Las personas terminan: (I) aisladas como individuos ante la amenaza de seguridad; (II) confiando en las mafias como falsas místicas comunitarias; (III) caen en la seducción tecnocrática que les arrebata el alma.

Conversión social, según mi interpretación de las catequesis sociales de Francisco, implicaría desarrollar nuevos hábitos culturales, no viciosos sino virtuosos, a saber: (I) fortaleza para orar juntos un mismo credo contrarrestando el discurso hegemónico; (II) practicar la justicia de la misericordia para contrarrestar la justicia retributiva de la meritocracia; (III) ejercitar la templanza haciendo memoria de la injusticia social padecida histórica y comunitariamente.

El pueblo sabe y puede curar al mundo, como lo deja en claro el Concilio  Vaticano II en la Constitución Pastoral Gaudium et Spes al expresarse sobre el sensus fidelium (GS 10-14). Los principios sociales concretos católicos se fundamentan afectivamente en los principios de fe, y son posibles efectivamente por las virtudes teologales, según lo muestran las catequesis sociales de Francisco. Eso significa que, los cristianos, en la común unidad que representa un pueblo como sujeto colaborativo rezando un mismo credo, saben y pueden curar al mundo.

El mundo está enfermo y la Iglesia, como un pueblo, convertida en hospital de campaña, tiene la vocación y la misión evangélica de salir a curar la creación que ha donado Dios padre para que todos y todas “tengan vida en abundancia” (Jn 10,10; Documento de Aparecida, Introducción). Pensar cómo curar, cuidar y desarrollar la creación es tarea del eticista social católico como parte de un pueblo concreto. Su trabajo es cuidado.