La pregunta de Lutero y sus implicancias para la ética social
Por Aníbal Torres
A 500 años del inicio de la Reforma Protestante, es interesante observar que al dar importantes pasos en el diálogo ecuménico, los Papas Benedicto XVI y Francisco han querido recuperar una pregunta central que se formulaba Martín Lutero: “¿Cómo puedo tener un Dios misericordioso?” Incluso, el trascendente documento Del conflicto a la comunión[1] comienza con esa pregunta, señalando al final del texto cinco “imperativos” para la conmemoración de dicho acontecimiento histórico. Es en el quinto y último “imperativo” donde se hace una alusión al rol de los cristianos ante la situación internacional: “católicos y luteranos deben dar testimonio común de la misericordia de Dios en la proclamación y el servicio al mundo”[2].
En atención a tal señalamiento, aquí nos interesa reflexionar sobre las implicancias del profundo interrogante de Lutero para la ética social cristiana. Nos parece que esto es un tema importante hacia afuera de las comunidades eclesiales, porque en ciertos ambientes y contextos se aborda la Reforma como movimiento religioso, cultural y político pero en general se desconoce el camino que han recorrido luteranos y católicos a partir del ecumenismo; es decir, para muchos parecería que aún se estuviese en 1517. Pero también se trata de una cuestión importante hacia dentro de las confesiones cristianas, porque a veces se asume que en el camino hacia la unidad plena y visible entre católicos y luteranos se podría prescindir del “servicio al mundo”, como si el involucro activo en la transformación de las realidades políticas, culturales y económicas no fuese constitutivo de la fe cristiana.
Dicho esto, es pertinente recordar que Benedicto XVI hizo una histórica visita al que fuera el convento agustino de Erfurt (Alemania), el 23/09/2011, donde señaló sentirse con “profunda emoción” por estar en el lugar donde Lutero estudió teología y se formó para el sacerdocio, al igual que manifestó estar sorprendido “en el corazón” por aquella pregunta y agregó: “¿Quién se ocupa actualmente de esta cuestión, incluso entre los cristianos?” Es interesante que el Papa Ratzinger haya señalado tanto la vigencia de ese interrogante como su carácter de ser una interpelación que bajo ningún aspecto debería tomarse por abstracta: “¿Cómo se sitúa Dios respecto a mí, cómo me posiciono yo ante Dios? Esta pregunta candente de Lutero debe convertirse otra vez, y ciertamente de un modo nuevo, también en una pregunta nuestra, no académica, sino concreta”.
Este es un señalamiento que se conecta directamente con la ética social, ya que no pierde de vista los acuciantes problemas de nuestro mundo y el compromiso activo de los cristianos como respuesta a los mismos. Así, la ayuda a los más pobres y descartados se funda en una adecuada relación con el Dios de Jesucristo. En efecto, Benedicto XVI señaló: “Si fuese más vivo en nosotros el amor de Dios, y a partir de Él, el amor por el prójimo, por las creaturas de Dios, por los hombres, ¿podrían el hambre y la pobreza devastar zonas enteras del mundo? (…) No, el mal no es una nimiedad. No podría ser tan poderoso, si nosotros pusiéramos a Dios realmente en el centro de nuestra vida”.
Por su parte, sabemos que para Francisco el “Dios misericordioso” es uno de los ejes de su pontificado. Recordemos que su lema hace expresa alusión a esta cuestión, al tomar el comentario de San Beda el Venerable sobre el llamado de Jesús al publicano Mateo: “miserando atque eligendo”. Esta escena incluso tiene una representación artística de Caravaggio, expresión pictórica que, podríamos afirmar, ilustra el papado de Bergoglio.
En su visita a Lund (Suecia), el 31/10/2016, Francisco volvió expresamente sobre la pregunta “¿Cómo puedo tener un Dios misericordioso?”, señalando: “La experiencia espiritual de Martín Lutero nos interpela y nos recuerda que no podemos hacer nada sin Dios (…) En efecto, la cuestión de la justa relación con Dios es la cuestión decisiva de la vida. Como se sabe, Lutero encontró a ese Dios misericordioso en la Buena Nueva de Jesucristo encarnado, muerto y resucitado”.
Es interesante ver cómo, por un lado, el Papa da al interrogante mencionado un lugar destacado, en continuidad con la centralidad que le atribuyeron tanto el documento referido como Benedicto XVI. Por el otro lado, Francisco deriva de allí algunas orientaciones de ética social para que los cristianos respondan al mencionado imperativo sobre el “servicio al mundo”, pues en ello está la credibilidad de su vida de fe, más aún, le es co-constitutiva: “Juntos podemos anunciar y manifestar de manera concreta y con alegría la misericordia de Dios, defendiendo y sirviendo la dignidad de cada persona. Sin este servicio al mundo y en el mundo, la fe cristiana es incompleta”.
Esto recibió importantes ampliaciones en la declaración Luterano – Católica que se firmó en el encuentro de Lund, donde las iglesias se comprometieron a trabajar en una amplia agenda de derechos a escala global. Así, se manifiesta la defensa de los derechos humanos y la dignidad “especialmente (…) de los pobres”; y también el trabajo por la “justicia”. En esa declaración se expresó además el reclamo por el cese de “la violencia y el radicalismo”, la acogida generosa y la defensa de “los derechos de los refugiados y de los que buscan asilo”. También, se sostuvo que el “servicio conjunto en este mundo” “debe extenderse a la creación de Dios, que sufre explotación y los efectos de la codicia insaciable”, pidiendo por la justicia intergeneracional para garantizar el “derecho de las generaciones futuras a gozar de lo creado por Dios con todo su potencial y belleza”. Por último se pidió por “un cambio de corazón y mente que conduzca a una actitud amorosa y responsable en el cuidado de la creación”.
Estos señalamientos nos ayudan a redescubrir la relevancia de la pregunta de Lutero y su importancia fundamental para la ética social cristiana. Es decir, nos indican que el encuentro con el “Dios misericordioso” que buscaba el reformador, es fuente de la misericordia en tanto virtud no dulzona sino de transformación social, como recuerda el Papa Francisco[3]. Que en Del conflicto a la comunión se aluda al “servicio al mundo” no como algo optativo, que las iglesias pueden hacer o no, sino como uno de los “imperativos” para la conmemoración de la Reforma, demanda a los cristianos tomar muy en serio esas interpelaciones. Que inspirados en la “experiencia espiritual” de Lutero sobre el “evangelio de la justicia de Dios, que es a la vez su misericordia”[4], podamos nosotros llegar a decir como él escribiera en 1545 al abrírsele una nueva comprensión del obrar divino: “Ahora me sentí totalmente renacido. Las puertas se habían abierto, y yo había entrado en el paraíso”[5].
[1] Del conflicto a la comunión. Conmemoración Conjunta Luterano-Católico Romana de la Reforma en el 2017. Informe de la Comisión Luterano-Católico Romana sobre la Unidad, Sal Tarrae, Santander, 2013.
[2] Ídem, p. 111.
[3] Cfr. Misericordia et misera, 18.
[4] Del conflicto a la comunión, p. 111.
[5]Idem, p. 111.