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La teología en Argentina después de Francisco

By: Emilce Cuda

Refiriéndose al acontecimiento pontificio, la presidente de Argentina, Cristina Fernández de Kirchner, no pudo pronunciar el nombre del principal significante de la oposición –Bergoglio-, y dijo: “Me dicen que un latinoamericano fue elegido Papa”. Sin embargo, en pocos meses, Francisco se convirtió en el referente mundial de la justica social, fundamento teórico del modelo político local peronista –partido popular argentino al que adscribe el gobierno actual. Eso lo cambió todo para los argentinos y para la teología que, también como Bergoglio, era innombrable en ese país. Percibo que el nuevo papa, al cambiar la imagen de la Iglesia como institución, recupera la dignidad para los teólogos argentinos en el espacio público. A eso quiero referirme en este artículo, con la intención de invitar a mis colegas de otras latitudes a reflexionar sobre las posibilidades que abre la teología de Francisco para los teólogos enfocados en los problemas sociales y comprometidos con la justicia.

Los católicos argentinos hace décadas que no ocupaban espacio en los medios de comunicación fuera de aquellas noticias que tuvieran que ver con denuncias por malos procederes éticos -o con declaraciones conservadoras y antidemocráticas. Una cultura liberal-secularista en Argentina, que se remonta al siglo XIX, silenció poco a poco, y de maneras diferentes, la palabra de los teólogos en los distintos e interrumpidos períodos democráticos. Una consecuencia de ello es que la teología como disciplina, en el país del papa y en las últimas décadas, no tenía espacio en las universidades públicas –ni como carrera, ni como materia, ni como seminario de cultura general-, al punto tal que algunos académicos no distinguían entre teología, catequesis y sociología de la religión. Tampoco lo tenía en las publicaciones científicas, más allá de las específicas en materia teológica. Era muy difícil que un teólogo fuese invitado a debatir interdisciplinariamente en espacios de la alta academia de las universidades nacionales. Del mismo modo, no resultaba fácil confesar la creencia cristiana católica en el espacio público –académico y político- sin ser de algún modo motivo de condena social. La alusión a ciertas categorías teológicas como fundamento teórico de políticas públicas en favor de los más necesitados era descalificada, solo porque ser católico era sinónimo de conservador, al punto de concebirlo incluso como amenaza a los mismos principios de las instituciones republicanas liberales y democráticas. El discurso de un católico no era percibido como garantía de libertad e igualdad entre algunos de los ciudadanos comprometidos con lo político – un día, un prestigioso profesor de la Universidad de Buenos Aires, llegó a decirme que yo no tenía espacio allí porque hablaba de “ovnis”.

El nuevo papa, un obispo argentino en Roma -en torno del cual en un principio algunos de sus compatriotas construyeron un discurso de sospecha e intriga-, por el contrario, y para sorpresa de quienes lo acusaban de conservador, alza la voz contra los católicos conservadores, incluso con duras críticas a la derecha católica. Alejándose de un estilo de vida pomposo, Francisco critica al capitalismo desde la perspectiva latinoamericana y con tonada argentina, lo cual hace imposible alinearlo tanto con el marxismo como con el liberalismo. Este proceder no solo lo llevó a ser el hombre del año en diferentes países, sino que su accionar superó las expectativas de sus compatriotas. Hoy los teólogos comenzaron a ser leídos, respetados y hasta consultados en Argentina. Los espacios científicos se muestran interesados por publicar sus trabajos, y la academia comienza poco a poco a generar espacios de debate entre la teología y otras disciplinas. Por citar un ejemplo, menciono que en julio del 2013 en Paraná, el congreso de la SAAP (Sociedad Argentina de Ciencia Política) formó una mesa especial sobre Francisco, convocando teólogos y filósofos no confesionales a debatir sobre lo político. Desde entonces las revistas científicas expresaron su interés por lo teológico, y hasta las universidades nacionales se muestran interesadas en dar un espacio a la teología a modo de seminarios. Eso era impensable apenas un año antes. Para los teólogos especializados en ética teológica Francisco genera una legitimidad más allá de los espacios teológicos, un kiros que no podemos dejar pasar.

El estilo de Francisco es algo que sorprende al mundo pero no tanto a sus compatriotas, ya que es propio de los líderes populares argentinos cuya bandera política fue la justicia social desde 1945. Sin duda el Santo Padre es una renovación para la Iglesia Católica con un estilo singular propio, pero en parte llega de la mano también de un modo cultural-político argentino y latinoamericano. Eso ha hecho que un sector importante de los argentinos, católicos o no, creyentes y no creyentes, se sintieran identificados con él. Las consecuencias en el ámbito político fueron inmediatas, no por un sentimiento nacionalista, sino por percibir que un discurso de justicia social, elaborado durante décadas en Argentina y América Latina, ahora era pronunciado por un jefe de Estado con autoridad moral mundial. Lo dicho y actuado por Francisco, por un lado legítima la demanda por justicia de millones de trabajadores, académicos, militantes políticos y religiosos que hasta hoy estaban impedidos de tomar la palabra pública.  Pero por otro lado generó críticas, ahora desde un catolicismo conservador. Bergoglio siempre fue un hombre en contacto directo y permanente con lo político como camino a la justicia terrena. Al estilo de los líderes populares latinoamericanos establece una comunicación directa con su pueblo, sin intermediarios, incluso en algunos casos por fuera de las estructuras episcopales. Su interés, y sus gestos, por la justicia social, hacen que no solo los católicos estén dispuestos a escuchar la voz de la Iglesia. Un ejemplo de eso, en Argentina, es la  designación por parte del gobierno de Cristina Kirchner del sacerdote Juan Carlos Molina como titular del SEDRONAR (secretaría contra el narcotráfico).

Por otra parte, la llegada de Bergoglio al Vaticano, no solo comienza a reconciliar a los sectores políticos opositores en Argentina –promoviendo una cultura del encuentro en lugar de una práctica discursivamente antagónica-, sino que lo convierte en el argentino más influyente en la moral pública de su país. La posibilidad de un discurso público sobre  ética-teológica en materia social es hoy legítima en Argentina –y quizás lo sea también en el mundo- siempre y cuando sea en el marco de un diálogo interdisciplinar y ecuménico, a mi modo de ver. Los políticos argentinos están más dispuestos a escuchar la palabra de los teólogos sobre problemas de justicia social, quizás porque las categorías de pobreza y trabajo que Francisco ha colocado en el centro del debate mundial, no son ajenas para los militantes locales –tanto en la esfera política como religiosa. La idea de que la justicia social que subsana la pobreza pasa incondicionalmente por una cultura del trabajo, es una de las banderas principales del movimiento popular argentino.

Francisco, quien no plantea cambios dogmáticos sino ético-sociales, puso al pobre en primera clase, como un cuadro de Daumier. Un papa que frente a la pregunta por la homosexualidad se exime de juzgar, habiendo sido esa la manzana de la discordia entre Bergoglio y el oficialismo argentino, muestra un nuevo camino a todos aquellos que nos debatimos en el escenario de la ética teológica, donde el discernimiento en lo inmediato del campo de batalla se juega al costado –y no de espaldas- a la tradición y el dogma.