Los eticistas de América Latina y el Caribe tiene algo para testimoniar. Eso que han visto, oido y tocado es lo que vienen a contar a la Conferencia de Bogota. Interpelados por el sufrimientos de sus pueblos, denuncian y anuncian. Denuncian la injusticia que se manifiesta como violencia urbana, como crisis política, como trato deshumanizante a los migrantes, como feminicidio, como desconsiderada práctica médica, como trabajo en condiciones de precarización, como atropello a los pueblos originarios, como educación utilitaria, como sistemas jurídicos parciales, como democracias formales meramente funcionales, como majestuosidad del mercado, como idolatría del dinero y como religión del consumo; finalmente como miseria del ser. Anuncian la justicia que se manifiesta como unidad en la diferencia, como compasión ante el sufrimiento, como misericordia hacia los débiles, como participación de todos en las decisiones que atañen a la distribución de los bienes communes, como trabajo digno, como educación liberadora y pluralista, como democracias participativas, como primacía de lo político sobre el mercado, como religión de la communión; finalmente como belleza del ser. No se trata, para la red que conforma la CTEWCH, de una denuncia crítica que divide, sino de un anuncio que une. Se denuncia la deshumanización y se anuncia la humanidad en cada hombre y mujer como Imago Dei. La Buena Nueva es Jesús, el Cristo, quien venció a la muerte en su dialéctica viva, y está con nosotros.
Casi cien eticistas en Bogotá, provenientes de distintas culturas y disciplinas, desde una posición crítica, ponen en evidencia el sufrimiento de los distintos sectores de sus pueblos, y articulan sus demandas para que estas puedan ser reconocidas como derechos. Pero al mismo tiempo, desde una posición pastoral, manifestan la necesidad de que los mismos pueblos asuman sus responsabilidades al momento de buscar, mediante el camino del diálogo, alternativas culturales, sociales, económicas y políticas capaces de generar una vida mejor para todos y cada uno hacia el sur del continente americano.
El diálogo ético-teológico latinoamericano provocado por la CTEWCH, hoy cuenta entre sus voces con laicos y religiosos consagrados, sacerdotes y obispos, teólogos y filósofos, politólogos y sociólogos, comunicadores y estetas. Cuenta con médicos, biólogos y juristas; cuenta con profesores y estudiantes, con académicos y pastores. Ese estímulo al debate y al compromiso generado, como motor de comunión, por la CTEWCH, no solo pone en relación distintas subculturas, tradiciones, lenguajes y posiciones teológicas y políticas, sino que también pone en relación tres generaciones de eticistas: históricos teólogos de la región, destacados y activos académicos actuales, prometedores y comprometidos jóvenes doctorandos. Como resultado, esas voces son el eco de Bogota: tanto en las aulas de sus culturas particulares, como el las publicaciones de sus artículos, libros, columnas y homilias. Lo que se predica es el eco del Documento de Aparecida, es decir, la vida buena y en abundancia para los pueblos de América Latina y el Caribe. Lo que se critica son los modos.
Diferentes categorías nombran problemas similares en distintas partes de la región. Tanto conciencia o subjetividad, como libertad o participación, son categorías centrales para los eticistas de estos tiempos y lugares. Sin embargo, no hay términos equívocos al momento de definir lo humano como “ser relacional”. Relación con el otro que humaniza tanto como deshumaniza de acuerdo al vínculo que con él establezca, ya sea este de amor y liberación, o de desprecio y dominación. La conciencia, como recinto sacro de lo humano mismo, es decir su condición de ser libre, es el ámbito de la ética. Y en esto parecen acordar todos los integrantes de la red. Si la conciencia o subjetividad es una construcción individual o colectiva, o si esta puede quedar a salvo de los mecanismos de sugestión contextuados, marca las diferencias de las que emerge un diálogo movilizante y movilizador entre sus miembros y da sentido teológico y escatológico a la red.
La CTEWCH impulsa un nuevo aire para la ética teológica latinoamericana que, como un viento que sopla desde el Sur, se prepara para llevar a Sarajevo la voz de sus pueblos. Dos años de trabajo quedan por delante. Sus miembros se comprometen a mantener un diálogo por áreas de trabajo, como subdivisiones de la ética solo para hacer foco en problemas particulares, pero de ninguna manera para mostrar la teología como disciplina desarticulada: la opción por el pobre siempre es el principio de unidad. Espectativas de generar nuevos recursos de comunicación entre los equipos de trabajo son el resultado más notable de la Conferencia de Bogota. La propuesta de espacios virtuales, intercambio de artículos científicos, publicaciones conjuntas y reuniones locales bajo la modalidad de seminarios y jornadas son una muestra de eso. Se espera, por fin, una articulación de las voces de los eticistas de la región; articulación que se propone como pluralista y ecuménica, intergeneracional e interdiscilinaria. Se espera la comunicación fluida y la autoconvocatoria de sus miembros para un trabajo en equipo sostenido en el tiempo.