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Mistica y Politica en los Nuevos Estilos Democraticos Latinoamericanos

¿Es la democracia populista una negación de los principios cristianos de libertad e igualdad? Existen dos modos de verla: como degeneración de la democracia representativa, o como nuevo modo de articulación de la negación más allá de la representación. Por un lado, el mito moderno de igualitarismo pareció excluir la palabra de lo Otro y de lo absolutamente Otro. Por otro lado, una larga tradición de la vía negativa dice que lo Uno es lo Otro. Me pregunto si una articulación de la Palabra Divina con la palabra pública puede facilitar en los pueblos la percepción de lo diferente como un valor social y no como amenaza. Los populismos, en general, están categorizados como un modo de democracia inmediata que, operando desde la negatividad, intenta la articulación de toda palabra en el espacio público. Es así como llegan al poder en el siglo XXI, en América Latina, figuras poco frecuentes en la tradición democrática como: mujeres, indígenas, ex guerrilleros, sindicalistas, y sacerdotes. Los casos de Michel Bachelet en Chile, Cristina Fernández de Kirchner en Argentina, Lula da Silva y Dilma Rousseff en Brasil, Evo Morales en Bolivia, Pepe Mujica en Uruguay, y Fernando Lugo en Paraguay son, para algunos, ejemplo de degeneración de la democracia representativa, para otros, son su superación.

La democracia populista se da cuando un pueblo dice No. Los griegos dividían al pueblo en demos y okhlos –el pueblo como uno en lo diverso. El demos refiere al pueblo de ciudadanos; el okhlos al pueblo de marginales. Puede observarse que, en los populismos, ambas partes del pueblo dicen NO; el demos dice No como afirmación de su libertad, mientras que el okhlos dice No como negación de su miseria. Esto podría ser, un punto de entrada al problema de lo político a partir de una ética católica. La negación, que parece reemplazar a los partidos, aparece como mecanismo invisible e ilegible de los populismos. Por algunos es vista como pura negatividad sin proyecto político ni moral. Sin embargo, de acuerdo al método místico, puede interpretarse como la manifestación de lo Otro que aparece en el vacío del discurso representativo. Curiosamente, los populismos latinoamericanos articulan demandas de los dos sectores: las del okhlos que pide comida y las
del demos que reclamaba seguridad. Uno dice No a la corrupción institucional, el Otro manifestaba en su cuerpo el crimen social. Cuando esto ocurrió en Argentina, el populismo bajo tres presientes sin interrumpir el proceso democrático, obligando a los gobiernos a ampliar el margen de la tolerancia social. Esto demuestra que lo Otro, si se manifiesta –aunque inefable-, puede ser reconocido como palabra. Este modo de democracia negativa marca una diferencia entre la democracia de los ‘90 y los nuevos estilos democráticos de los 2000.
Explicar desde la teología negativa qué se entendió a lo largo de la historia por lo Uno y qué por lo Otro, puede ser un modo de abordar el problema de la democracia desde un compromiso ético. La vía negativa surgió, a partir del neoplatonismo, como método de conciliación de la diversidad en la unidad. Esto invita a reflexionar si la negatividad de los populismos es degeneración de la libertad, o método de conciliación de contrarios. Pensar la democracia como negativa, también es pensar en un nuevo modo de democracia que tolere la diferencia, lo cual implica también la articulación de la Palabra Divina en el discurso público, descartando la secularización social como condición de la democracia. La articulación entre Palabra Divina y palabra política, como juego permanente de pregunta y respuesta, de demanda y reconocimiento, de decir y no decir, fue la modalidad que toma la teología en América Latina desde su compromiso con lo social, tratando de que el pueblo-inefable aparezca y diga. En el contexto latinoamericano, populismo y religión son constitutivos de una identidad que articula demandas populares y significantes religiosos.

Autores latinoamericanos, como Gustavo Gutiérrez, declararon en su momento que el pobre no tuvo la palabra política para irrumpir en la historia, aunque la igualdad por filiación divina fue y es el centro del mensaje evangélico que ellos reciben. Decir que Jesús es Dios, en tanto unión hipostática, ya es reconocer, según Gutiérrez, la unidad en la diversidad, la semejanza en la diferencia. Sobrino también ha dicho que la dialéctica de la lucha contra la pobreza implica comprender que lo Otro es determinado como pobre, pecador, e ignorante por un discurso para el cual escuchar decir que el destinatario privilegiado de la Palabra Divina es el marginal, le resulto un escándalo. En Juan Luis Segundo, la negatividad no solo parece ser equivalente al conflicto sino que actuaría como resorte histórico. Trigo también sostuvo que el reconocimiento implica la diversidad. La idea de pueblo como okhlos, también aparece en Castillo, diciendo que es el término
que más se repite en los Evangelios sinópticos cuando hablan de la multitud, y que Demos, que expresa el carácter público del pueblo en cuanto asamblea, solo aparece 4 veces.

Si los significantes religiosos pueden ser capaces de articularse con esas demandas -no ya como teología positiva sino como práctica discursiva -, entonces la teología puede proporcionar un marco de sentido a la pura contingencia de los populismos en América Latina. La Palabra Divina no irrumpiría como superestructura –de modo positivo-, sino como no-palabra de lo absolutamente Otro -al modo de la teología mística-. Sobre todo si se considera que lo Otro, tanto en la democracia negativa como en la mística, aparece en el vacío discursivo, y existe cuando es enumerado. La nueva democracia es también un campo de la teología si se admite que, como en la mística, lo Otro aparece en el vacío de la palabra. El cristianismo es palabra encarnada; es revelación y tradición; es un pueblo santo por su habilidad para escuchar la palabra de lo absolutamente Otro, habilidad que debería tomarse en cuenta al momento de pensar lo político y lo ético desde la teología. Pensar la historia de la salvación en términos de articulación discursiva entre un Logos Divino que demanda y un logos humano que desde su anonadamiento responde, lleva a reconsiderar la categoría de negación de las nuevas democracia por parte de los teólogos, entendiéndola no como destrucción hostil, sino como un No abierto a un Sí que permite la manifestación del Logos en el espacio vacío, un Sí ante la resurrección que permite la manifestación de la fe de de la Iglesia en el espacio vacío del sepulcro.


Emilce Cuda, Ph.D. en Teología Moral, especialista en temas sociales, centrándose en la relación entre teología y política en América Latina y el diálogo Norte-Sur.