Belén es una niña de dos años y tres meses quien, debido a un accidente (un paro cardiorrespiratorio prolongado), permanece conectada a un ventilador mecánico desde que tenía sólo 3 meses de edad, es decir, se ha pasado la vida casi completa respirando con una máquina. No está consciente, por lo tanto, no reconoce a sus padres, no sabe cuándo es día o cuándo es noche y no manifiesta dolor. En definitiva, aparentemente sólo “vive” por la máquina que respira por ella. De acuerdo con sus antecedentes médicos ella debería morir por una infección intrahospitalaria. Sus padres no quieren que ella sufra y no tienen claro qué hacer. A veces piensan que hay que desconectarla y dejarla morir en paz, sin embargo, en otras ocasiones demuestran preocupación por temas que aparentemente no tienen importancia (por ejemplo, si pesa lo mismo que los niños de su edad).
Entonces, se pregunta:
- ¿Se le deben tratar todas las infecciones intercurrentes con todas las líneas de antibióticos existentes?
- ¿Se le deben poner las vacunas que corresponden a su edad?
- ¿Se le puede o debe desconectar de la máquina que la mantiene “viva”?
- ¿Está ocupando ella recursos que pueden necesitar otras personas?
- ¿Se está beneficiando con la tecnología ofrecida?
- ¿Qué es lo que hay que hacer?
La angustia de la última pregunta muestra la urgente necesidad de pensar en estas cosas y de repensar la aplicación de las tecnologías. La manifiesta dualidad en estas situaciones, es un tema demasiado frecuente a la hora de entrar a responder las nuevas preguntas éticas que nos plantea la tecnología aplicada a la salud.
Los temas que han ido surgiendo a causa de la entrada y posterior aplicación de la técnica, cada vez más sofisticada, ponen en evidencia que hay que darles tiempo a estas preocupaciones. Quizás los avances de la investigación, la utilidad de la información genómica, la eutanasia y otros, sean más espectaculares. Sin embargo, hay temas cotidianos mucho más pertinentes a la realidad de la salud en muchos países. Se trata de asuntos menos llamativos pero que son los que ocupan a algunos médicos, a los comités de ética asistencial, a muchos religiosos y también a muchas personas que les toca o ha tocado vivir una experiencia como la descrita con anterioridad.
¿Qué es lo correcto?
Puntualmente referido a preguntas tales como ¿se deben gastar enormes recursos – físicos, emocionales y económicos – en pacientes con un mal pronóstico a los cuales no se les ofrece un beneficio real?, ¿cuántas líneas de antibióticos se deben abrir para hacer frente a infecciones nuevas y cada vez más resistentes?, ¿a quién se tiene que colocar en primer lugar en la atención? ¿qué criterios se deben usar para tomar ésta y otras decisiones?
Como se ve son todas preguntas que han ido surgiendo debido al acceso y utilización de nuevas y sofisticadas tecnologías. ¿Todo lo técnicamente posible es éticamente correcto? Ciertamente enfrentarse a esta pregunta es difícil, pero su respuesta no lo es tanto. No todo lo técnicamente posible es éticamente correcto y es ahí donde aparecen las dificultades, en la aplicación concreta. El discurso del santo padre PIO XII Acta Apostolicae Sedis sobre tres cuestiones de moral médica relacionadas con la reanimación, da cuenta de la temprana preocupación del Magisterio sobre estas cuestiones. Esta lúcida reflexión no ha perdido su vigencia, ofreciendo criterios concretos que hoy día pueden ser de utilidad ante las muchas preguntas que estos aspectos generan.
Si antes las personas con insuficiencia renal crónica se morían con ella, hoy hay alternativas que llevan a preguntarse sobre la vida, la muerte, la calidad de vida, los recursos, la justicia, la equidad. Entonces, ¿se debe decir que sí a todo? ¿era mejor antes cuando la gente fallecía sin siquiera saber qué era lo que tenía?
En la ética, equidad dice relación con dar a cada uno según su necesidad (discriminación positiva), mientras igualdad remite a tratar a cada cual de la misma manera. Por tanto, en situación de desigualdad, la equidad es necesaria porque permite la igualdad.
La introducción de la tecnología cada vez más compleja ha abierto enormes y muy beneficiosos caminos de curación. Desde una perspectiva cristiana, resultan muy atingentes, las reflexiones y enseñanzas de la carta Samaritanus Bonus que, a su vez cita los documentos previos del Magisterio con relación a aspectos vinculados con la atención sanitaria, poniendo el acento en la obligación ética de hacerse cargo de todo otro encomendado al cuidado.
Sin lugar a dudas, se iluminan algunos temas complejos de la atención sanitaria, no obstante, estos caminos que se recorren, a veces no han ido de la mano de la búsqueda de lo correcto para este enfermo en particular, su dignidad, sus necesidades, las de su familia, o de los compañeros de enfermedad. La tecnología, en la mayoría de los casos, se utiliza, se exige, pero a veces hay poca reflexión con respecto al propósito y a los plazos en que éste debe ser alcanzado. La tecnología existente, si está al alcance de la realidad nacional, se debe usar en la medida que el paciente se beneficie de ella.
Ahora bien, ¿qué se entiende por una técnica disponible?, ¿con qué criterios se debe evaluar esa disponibilidad? También se ha de incluir en tal análisis, ¿qué tratamiento es proporcionado a la realidad que se enfrenta? Al hablar de “alternativas disponibles” se hace necesario, al menos a nivel reflexivo, detenerse a pensar para quién son utilizables. Se tienen obligaciones sociales, en especial del creyente, pero no sólo de él, sino de todos y cada uno en cuanto seres humanos para colaborar en la edificación de un mundo humano y justo. Es decir, el “compromiso por la justicia” según la función, vocación y circunstancia de cada uno.
Si antes lo extraordinario era lo que predominaba en el uso de la tecnología aplicada a la salud, hoy eso ha pasado a ser de uso corriente, por tanto, el criterio no puede sustentarse sólo en aquello. El análisis de proporcionalidad precisa deliberar en torno a las necesidades del sujeto, de su situación, de su contexto, de su patología específica en un momento determinado, lo que lleva, no pocas veces a tener que reevaluar y a volver a discernir lo correcto para el enfermo en cada situación particular.
Al respecto convendría prestar atención a la Declaración Iura et Bona de la Congregación para la Doctrina de la Fe que, aunque está dedicada al tema de la Eutanasia, ofrece en el punto IV del documento algunas luces al “uso proporcionado de los medios terapéuticos”. La declaración reconoce la complejidad de las situaciones, lo que puede hacer surgir dudas sobre el modo de aplicar los principios de la moral. Tomar decisiones corresponderá en último término a la conciencia de todos los involucrados, a la luz de las obligaciones morales y de los distintos aspectos de cada situación. El Magisterio reconoce que la renuncia a medios extraordinarios y/o desproporcionados expresa la aceptación de la condición humana ante la muerte.
¿Dónde se encuentra la humanidad y hacia dónde va? ¿qué es lo que se busca? Muchas de las técnicas existentes en salud, ponen al ser humano frente a preguntas muy serias de la existencia, donde lo que está en juego parecen ser los fines de la vida humana. ¿Cómo hacer que estos deseos sean compatibles con la dignidad del ser humano? La tecnología, ¿está ésta al servicio de la humanidad o se encuentra sometida a ella?
A menudo, la humanidad se encuentra bajo la dictadura de la tecnología y un poco sometida a ella. En concreto, cuando los pacientes no pueden morir porque hay una máquina que puede mantenerlos casi indefinidamente, o cuando no se distingue si es bueno o no alimentar e hidratar porque no se sabe realmente si se está encadenando a la vida o si se está ayudando a vivirla. Se tiene, eso sí, una obligación ética no sólo con los pacientes actuales, sino también con los que no están o se encuentran en listas de espera.[1] En palabras de Javier Gafo, “no se trata de discutir el derecho de todo ser humano a una asistencia sanitaria, pero sí de cuestionar como puede maximizarse el beneficio de esa atención, de tal manera que pueda disfrutar el mayor número de personas.”[2] Esto también incluye evaluar el beneficio del recurso empleado para la atención de los enfermos.
Sin duda que el criterio de hacer el bien, de evitar el mal, de ser justos, de respetar la autonomía de las personas es quizás lo que más carga impone y a la vez alivia del trabajo en esta área. Es tal vez lo que define lo correcto o incorrecto de las acciones, pero no como una regla matemática que se impone independientemente de la persona, sino que supone un largo proceso de deliberación y en especial de discernimiento. Así los medios de acción deben estar en conformidad con la dignidad de ser humano y favorecer la educación de la libertad, actuando con sentido de responsabilidad, es decir, por propia iniciativa y libremente, donde la clave parece estar en la solidaridad activa en cuanto la necesidad de promover el bien común y a la vez ayudar a intervenir ante situaciones deshumanizantes.[3]
En definitiva, se trata de buscar y hallar la claridad de lo correcto. El diálogo, la duda, la búsqueda, la persuasión (cuidando no manipular, ni coartar la libertad), la prudencia, la equidad, la verdad, la honestidad, la justicia, entre otras, son habilidades fundamentales que posibilitarán que la técnica se someta al servicio de la humanidad y no al revés.
__
[1] cf. López-Ibor, Juan Carlos, “El Hospital y su entorno” Discurso pronunciado con ocasión de las Jornadas sobre Medio Ambiente, celebradas en el Clínico de San Carlos, Madrid, 1999
[2] Gafo, J., & Cabases, J. M. (1999). El derecho a la asistencia sanitaria y la distribución de recursos (Vol. 12). Universidad Pontificia Comillas. p. 159
[3] Cf Tony Mifsud sj. Moral de discernimiento. Ediciones Paulinas (1988-2022)