Los teólogos que trabajamos en el campo de la moral social tenemos una doctrina. Eso representa un privilegio. Ese dispositivo, distintivo y constitutivo del catolicismo, mediante el don sobrenatural de las virtudes teologales, nos habilita a organizar la esperanza, antes que asistir las necesidades.
¿Por qué, en América Latina, no usamos la Doctrina Social de la Iglesia para organizar “el cuidado de la vida y el desarrollo integral de las Iglesias particulares” como expresa el art.111 de Praedicate Evangelium? ¿Por qué para discernir y actuar recurrimos primero a principios de credos seculares?
El Papa Francisco sugiere organizar la esperanza antes que asistir la necesidad. Si bien eso representa una continuidad respecto al pensamiento social de la Iglesia, la novedad está en el modo. En la Carta del Papa Francisco a los Movimientos populares del 12 de abril de 2020, dice hacerlo como “un ejército sin más arma que la solidaridad, la esperanza y el sentido de la comunidad que reverdece en estos días en los que nadie se salva solo”. Francisco no ofrece otro método, sino otra modalidad. Dice, en el Diálogo con empresarios de América Latina del 1 de junio de 2023:
“Tenemos una valiosa herramienta: las redes, y una brújula: el Evangelio. Ahora toca dialogar sobre el mejor modo de ponerlos en práctica. Podríamos agregar que también tenemos un ancla: la esperanza. Y ya podemos salir a navegar, con la confianza de que es Dios quien nos guía y acompaña en el camino”.
Evangelio, redes y esperanza. Pero: ¿cómo organizarnos? Francisco frecuentemente pone en relación las virtudes teologales con los principios de la Doctrina Social de la Iglesia. En este caso, podría decirse que: la brújula del evangelio, es decir la fe en Dios, se convierte en confianza comunitaria para garantizar la dignidad humana; el amor a Dios, se transforma en la herramienta de las redes solidarias y subsidiarias para garantizar el acceso universal a las riquezas creadas, desarrolladas y donadas que posibilitan la dignidad humana; y la brújula de la esperanza en la vida eterna, es el dínamo que tracciona la mejor política como vida buena y en abundancia “para que nuestros pueblos en Él tengan vida”, como sostienen los obispos latinoamericanos en el Documento de Aparecida. Fe, redes y esperanza, representa más que un método, es un modo, es el modo sinodal. Por consiguiente, desde los fundamentos de la fe en relación con la Doctrina Social de la Iglesia, los eticistas católicos podemos colaborar con organizar la esperanza. Pero: ¿Por qué insisto en organizar la esperanza?
En la V Jornada mundial de los pobres del 14 de noviembre de 2021, Francisco, recordando las palabras del obispo Tonino Bello, dijo:
“«No podemos limitarnos a esperar, tenemos que organizar la esperanza». Si nuestra esperanza no se traduce en opciones y gestos concretos de atención, justicia, solidaridad y cuidado de la casa común, los sufrimientos de los pobres no se podrán aliviar, la economía del descarte que los obliga a vivir en los márgenes no se podrá cambiar y sus esperanzas no podrán volver a florecer. A nosotros, especialmente a nosotros cristianos, nos toca organizar la esperanza […] traducirla en la vida concreta de cada día, en las relaciones humanas, en el compromiso social y político. Me hace pensar en el trabajo que hacen tantos cristianos[…] ¿Qué se hace allí? Se organiza la esperanza. No se da una moneda, no, se organiza la esperanza. Esta es una dinámica que hoy nos pide la Iglesia”.
Mucho se habla de la pobreza, y casi nada de la riqueza. Solo si hablamos de la riqueza podremos organizar la esperanza. En Querida Amazonia, Francisco no habla de cuatro necesidades sino de cuatro sueños: ecológico, social, cultural y eclesial. Eso es otro modo de nombrar a la esperanza. Ahora bien, ¿Dónde está esa riqueza? Quizás tengamos un modo distorsionado de percibir la riqueza a causa de una cultura consumista y rentista. Pero hay otros modos de percibir la riqueza que pueden colaborar con una constitución católica de la conciencia en torno al modo de ser Iglesia o -dicho en términos seculares-, con otro modo de constitución de las identidades en torno al modo de ser comunidad. Así, se puede percibir la riqueza en los bienes comunes, que son los creados, y también de los bienes desarrollados tecnológica y culturalmente. De ese modo, por ejemplo: es riqueza las vacunas y la conectividad, tanto como los derechos civiles y sociales; es riqueza los bienes naturales creados y donados por Dios, tanto como los bienes económicos producidos o donados por las comunidades católicas de otros continentes para América Latina; y es riqueza la organización política, tanto como la organización eclesial.
Es una buena noticia saber que el continente Latinoamericano está lleno de riquezas, no solo financieras, sino también naturales, culturales, sociales y eclesiales para organizar la esperanza. ¿Qué hacer? No continuar llamando a las riquezas, recursos. Latinoamérica no es un recurso para ser explotado por el resto del mundo -como dijo Francisco a los estudiantes universitarios de África el 1 de noviembre de 2022-, sino una riqueza “Para que nuestros pueblos tengan vida”, como dice el Evangelio de San Juan (Jn) y repite el Documento de Aparecida.
Propongo en primer lugar, prestar atención al subtítulo de la encíclica Laudato Si´: “Por el Cuidado de la Casa Común”. La palabra ‘cuidado’ es central. Se trata de cuidar las riquezas creadas, desarrolladas y donadas. Lo que está proponiendo el actual magisterio social pontificio para el cuidado es un cambio de paradigma. Eso significa cambiar la lógica de la productividad en función de la renta y la acumulación, por una lógica del cuidado en función de la vida digna. No se trata de organizar la economía en función del extractivismo de recursos convertidos en renta y fugados en divisas, sino de organizar la esperanza en función del cuidado de la riqueza en todas sus formas, poniendo la economía al servicio de una política solidaria y subsidiaria, para que el acceso universal a los bienes comunes garantice la dignidad humana.
En segundo lugar, propongo prestar atención al N. 169 de Fratelli Tutti donde se define una de las mayores riquezas latinoamericanas: las organizaciones. Dice que son “experiencias de solidaridad que crecen desde abajo, desde el subsuelo del planeta, para que confluyan y estén coordinadas, y se vayan encontrando”. Habla de una de las riquezas disponibles, las organizaciones comunitarias como “experiencias de solidaridad”. Cabe recordar que el concepto de solidaridad se refiere a institucionalización antes que a ayuda voluntaria individual durante el tiempo libre. Los derechos civiles y sociales, como consecuencia de instituciones solidarias, pueden ser percibidos como una riqueza, en tanto que son el resultado satisfactorio de la mística de unidad en la diferencia que constituyen experiencias de salvación concretas. Son el resultado de una comunidad que ha sabido organizar la esperanza. Los derechos, finalmente, son sueños cumplidos gracias a la esperanza organizada desde abajo, por eso el Papa Francisco dice que el cambio viene del subsuelo del planeta (FT 169). Tenemos la brújula del evangelio y tenemos la herramienta de las redes, pero: ¿tenemos el ancla de la esperanza?
Una de las riquezas de América Latina es la capacidad de organización comunitaria en redes, tanto secular como eclesial. El CELAM fue una novedad de organización episcopal. Esa riqueza hoy se amplía hacia otro modo complementario de organización: las redes eclesiales, conformadas no solo por obispos, sino también por laicos. Mientras las conferencias episcopales actúan dentro de las fronteras geopolíticas nacionales, las conferencias y redes eclesiales atienden regionalmente los nuevos clamores y sueños socio-ambientales que dejaron de ser nacionales como: la migración, la trata de personas y el crimen organizado. Por sensus fidei, las redes saben que sucede, y saben discernir evangélicamente de manera comunitaria que es lo mejor para el cuidado de las riquezas en todas sus formas. Eso es esperanza organizada.
Invito a detenerse en otros dos conceptos que aparecen enlazados en el fragmento citado de Fratelli Tutti:“confluencia” y “coordinación”. Vale decir que, sin confluir de manera coordinada, logrando unidad sin aniquilar las diferencias, la herramienta de la red permanecerá desorganizada y no podrá traccionar del ancla de la esperanza para que nuestros pueblos tengan vida, como dicen los obispos latinoamericanos desde Aparecida.
Cuando las fronteras del Imperio Romano y sus cartas de ciudadanía se derrumbaron, los teólogos con olor a oveja organizaron la esperanza: en torno al bautismo como nueva ciudadanía; y en torno a las colectas como modo de promoción integral de las nuevas comunidades. Recordemos que no estamos en una época de cambios sino en un cambio de época; ahora es cuando.