Una de las intenciones de los Foros mensuales de CTEWC, ha sido compartir la reflexión ética sobre la realidad donde nos encontramos; compartir “los olores y los sabores sociales” donde vivimos.
Por esta razón me he propuesto abordar un tema que, a mi juicio, domina el ambiente en México: el de la polarización social.
Hace tres años y medio se dio en México un cambio de régimen político, como consecuencia del hartazgo social de corrupción e ineptitud de regímenes anteriores. Como es común, las pretensiones del nuevo régimen proponían resolver los grandes y añejos problemas nacionales.
Como es común también en un cambio de régimen, el ánimo social que dejó este proceso electoral fue de polarización, resultado de la alegría de los triunfadores y sus bases, por un lado, y la decepción de los derrotados y sus seguidores, por el otro. Sin embargo, tal polarización se ha visto mantenida y acrecentada por discursos públicos y actitudes que, al suponer una ruptura total con el pasado y el inicio de una nueva época nacional, siguen promoviendo la fragmentación social.
Como es propio de toda postura radical, se etiqueta de “conservador” a quien no se alinea de forma incondicional con las ideas y las propuestas oficiales. Más aún, se propone la eliminación de las conciencias personales, al decir que “la transformación del pueblo requiere de una lealtad a ciegas”. Tal radicalismo ha llegado inclusive a pretender debilitar la institucionalidad y la legalidad existentes, aunque éstas sean perfectibles, con el propósito de suplantarlas para justificar los propios intereses.
Desde luego que esta ruptura con el pasado existe solo en el imaginario de muchas personas y grupos sociales, quienes confunden sus legítimas aspiraciones con la realidad. Una frase que expresa esta “transformación imaginaria” respecto del pasado reciente, dice: “Cuando estábamos en el régimen neoliberal…etcétera, etcétera”.
Pero esto no es exclusivo de México, ya que como es sabido, en la última década han surgido en el mundo, particularmente en el Continente Americano, regímenes políticos que han pretendido resolver de golpe los grandes problemas nacionales, atizando la fragmentación y la polarización social, inclusive con estrategias de confrontación violenta, que se creían ya superadas o que no serán posibles en democracias ya históricamente fuertes. Al parecer, estas tendencias políticas y sociales se han difuminado con el cambio de régimen en algunos países, pero no están totalmente resueltas y su regreso sigue latente.
Tal polarización es producto de posturas políticas radicales, cerradas e intransigentes, y por tanto, autoritarias, procedentes de una visión simplista de la realidad, la cual es vista solamente “en blanco y negro”, sin aceptar los matices que existen en una realidad vista con muchas “tonalidades de grises”.
¿Pero qué problemas pueden derivarse de una polarización social como la que ya se ha mencionado? ¿Cuáles son algunos de sus inconvenientes?
Pueden mencionarse tres: el primero y más inmediato consiste en que se desperdicien los aportes y las energías que los grupos sociales y las personas pueden brindar, quienes al verse agredidos y excluidos, no aportan lo que pueden para la solución de los diversos problemas sociales; el segundo, y muy constatable en lo cotidiano, es la polarización entre personas que habían mantenido afinidad en sus formas de pensar, y que ante el conflicto se han pertrechado en sus posturas polarizadas, a tal grado que ahora se advierte: “no pierdas amistades por la política, porque los políticos se van, y luego las amistades no regresan”; el tercero, y no menos probable ni preocupante, es que se genere una desestabilización, que ante una crisis social, pueda llevar a una espiral de violencia.
Al respecto de este ambiente social polarizado en México, es muy iluminadora la enseñanza del Papa Francisco, quien señala que, en primer lugar, no se trata de negar el conflicto, huir de él o ignorarlo, sino asumirlo, para no perder el horizonte unificador de la realidad y renovar las relaciones sociales [1].
Propone el Papa, en la Exhortación apostólica Evangelii Gaudium, un principio fundamental para mantener la amistad social: “la unidad es superior al conflicto” [2].
Esto implica tener varias disposiciones o convicciones: mirar en los demás su dignidad más profunda; apreciar la comunión por encima de las diferencias; aceptar el desafío de la solidaridad y la unidad pluriforme; rechazar el sincretismo y la absorción del otro, más bien “conservar en sí las virtualidades valiosas de las polaridades en pugna” [3].
Además, yendo más a fondo, el Papa propone un elemento teológico para esta “pacificación de las diferencias”: la interioridad de la persona cristiana, a partir de la pacificación que el Señor ha conseguido por la sangre en su cruz, “unificando todo en sí: cielo y tierra, Dios y el hombre, tiempo y eternidad, carne y espíritu, persona y sociedad” [4].
Pero el Papa Francisco no solo propone principios y orientaciones personales respecto de la polarización social y política, sino que también hace referencia a los tipos de liderazgo, señalando que hay líderes populares que “ceden espacio a otros en pos del bien común”, pero hay otras líderes populares que utilizan la cultura popular “exacerbando las inclinaciones más bajas y egoístas de algunos sectores de la población”, señala en la Carta encíclica Fratelli Tutti [5].
Finalmente, parece obvio concluir que nos corresponde a nosotros asumir el conflicto de la polarización social, tanto en México como en cualquier parte del mundo, como un desafío a nuestra reflexión y a nuestra vida ética. Es nuestra responsabilidad poner los medios a nuestro alcance para promover “la unidad crítica por encima del conflicto”, particularmente desde nuestra interioridad cristiana, a la que nos convoca el Papa Francisco.
Este compromiso no es solo personal, sino que debe llegar al ámbito de nuestra participación política, apoyando a los líderes populares y sociales que ponen los medios eficaces para “hacer el espacio a los otros, en pos del bien común”, por encima también de las diferencias que podamos tener para con sus corrientes de pensamiento.
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[1] N° 226-227.
[2] Ídem. N° 228.
[3] Ídem.
[4] Ídem. N° 229.
[5] N° 159.