El cambio climático no permite aún correr el velo de todo lo que viene con él. Por el momento, se perciben o se sufren las catástrofes que se van produciendo con su desencadenarse, aun así, se sigue pensando que se trata de temáticas restringidas a determinados ámbitos de la naturaleza o medio ambiente, sin poder aferrar que es un fenómeno que nos envuelve a todos. En este artículo deseamos considerar aquellos elementos que pueden contribuir, siendo respuesta desde la tierra misma y de la población rural, a los efectos que se van desencadenando y se desencadenarán más aún en los próximos años.
La agricultura familiar concebida desde los procesos agroecológicos es, sin lugar a duda, una de las posibilidades más eficaces, una contribución a aquello que será una consecuencia del cambio climático en poco tiempo, o sea la falta de producciones sustentables que vayan preservando la producción alimenticia, adaptándose a las consecuencias del cambio y al mismo tiempo evitando costos excesivos y falta de producción adecuada, salvando las poblaciones de posibles hambrunas generalizadas.
Cuando hablamos de alimentar el planeta, nadie merece más reconocimiento que los agricultores familiares. No solo producen la mayor parte de la comida del mundo, sino que, además, proporcionan alimentos que mantiene su salud y la de sus habitantes. El lanzamiento del Decenio de Agricultura Familiar de la ONU (2019-2028) es un paso fundamental en el avance de la agricultura familiar y en la consolidación del importante papel de los agricultores familiares en la definición de nuestro futuro.
La búsqueda de producciones sustentables tiene muchas dimensiones, dos de ellas que consideramos importantes y señalamos son: abastecer las poblaciones en sus necesidades y estar al alcance económico de quienes las demandan, evitando con el tiempo (no tan largo) y con la prevención necesaria que las mismas producciones sustentables no terminen abasteciendo a quienes tienen la posibilidad de acceder a los costos muy elevados de los mercados.
El fenómeno del cambio climático nos afecta a todos indistintamente según nuestras regiones y características de suelos, pero a la hora de la demanda seremos todos iguales en la búsqueda de alimentos, no quiero llamar la desesperada búsqueda de alimentos, porque muchos informes tienden a paralizar con el temor catastrófico de las narraciones más que a impulsar iniciativas y posibles respuestas. Lo catastrófico paraliza y genera más aprovechamiento por parte de algunos para con las poblaciones, esa experiencia la dejó grabada la pandemia del Covid-19, quedando la asignatura pendiente de soluciones para el bien común.
Un camino por recorrer con urgencia
Desde la teoría y la praxis compartida en el Programa latinoamericano de Tierras “Hacía una fraternidad posible”, surge una reflexión colectiva que presentaremos en esta publicación. Si la agricultura familiar agroecológica puede ser una respuesta activa y creativa para dar respuesta a producciones sustentables en cantidad, variedad y costos accesibles, sorteando los males climáticos, según los suelos y las áreas geográficas no deberíamos estar pensando cómo favorecerla. Y favorecerla en nuestro continente, ¿qué quiere decir? Sin duda son varios los factores para tener en cuenta.
En primer lugar, la distribución y el acceso a la tierra en nuestras regiones, habla de temas seculares que no han encontrado respuestas efectivas aún en medio de alguna búsqueda de soluciones como lo son las reformas agrarias en distintos momentos históricos. Hay sin duda señales de acceso a la tierra, por medio de otros procesos que se van manifestando y que son valorables, pero aún no logran un impacto nacional o continental.
En segundo lugar, es necesaria la conciencia en los diferentes países de una propuesta clara decidida, no sólo de una “moral de laboratorio” que se contenta con algunos experimentos, es necesaria la asignación planificada de tierras dedicadas a la agricultura familiar que permitan en pocos años el sustento de las poblaciones. Los productos de la tierra en materia de alimentación sustentable respetuosa de sus procesos no son siempre commodities como la industria minera o el agronegocio: no ofrecen ingresos inmediatos a los gobiernos de turno. Se trata de políticas de previsión, de atención al cuidado de cuanto será una demanda tremenda en muy poco tiempo.
¿Cómo podemos actuar desde la academia y desde la praxis?
Constatamos la hora de un llamado urgente a la investigación, la formación y la acción, urgente e indispensable que debe poder ir dando respuesta a las arremetidas del cambio climático, y sobre todo a lo que como enunciamos al comienzo aún no revelan los datos en su totalidad, pero que será el padecer de nuestras próximas décadas. Padecer de Latinoamérica, y no menos padecer de todo el mundo.
Desde la academia y el andar de múltiples instituciones vinculadas a las poblaciones rurales, campesinas de la tierra, vislumbramos una posibilidad. Posibilidad de que sea un camino de toma de conciencia, ya que las políticas públicas más maduras – aquellas que responden a las necesidades y reales posibilidades – casi siempre vienen desde abajo, desde la percepción aguda de la población, desde el respiro intuitivo de la academia, desde la evidencia de la praxis en sus necesidades, desde el padecer y las alentadoras alternativas que sólo desde el contacto con la realidad pueden emerger.
Es la hora de convocar a la academia en nuestras universidades y centros de estudios, e iniciar las rutas de la búsqueda de datos ya existentes o constatar que nunca existieron referidos a la cantidad de territorio y agua que una familia básica de seis (6) miembros necesita para ser sujeto de vida digna y posible aportante a la alimentación sustentable familiar y hacia las poblaciones futuras en necesidad. Por otra parte, la transición hacia formas renovables de energía, bien gestionada, así como todos los esfuerzos de adaptación a los daños del cambio climático, son capaces de generar innumerables puestos de trabajo en diferentes sectores (Laudato Deum, 10).
Cuando hablamos de medida de unidad de territorio y agua entendemos que la realidad es variante a cada suelo, no son los mismos suelos los de las montañas andinas a la pampa de Argentina o los territorios amazónicos. Ciertamente varían, pero la medida de unidad, contemplando las variantes de suelos, se debe definir a los efectos de poder generar políticas que sean previsoras al violento cambio climático y que permitan un ejercicio de poseso de tierra proporcional a las necesidades que se vislumbran. Se trata, pues, de un escenario de reconocimiento de esas medidas de unidad territorial en cada país según su geografía y sus suelos con sus posibilidades.
Conociendo y reconociendo esos datos se puede realizar un análisis serio que permita lograr políticas públicas básicas a cada país, a las regiones, y a nivel continental. Es un estudio que debe llevar a un proceso de acceso a la tierra suficientemente veloz como para poder dedicarse a producciones sustentables en corto plazo, alimentación segura para los monitores familiares, y también para las poblaciones de cada país. Si de soberanía alimentaria hablamos desde hace décadas, ahora la urgencia en la que nos precipita el cambio climático nos invita a no detenernos y avanzar en búsqueda de extender la agricultura familiar agroecológica en el continente.
América Latina lidera la agricultura familiar agroecológica[1], es determinada por un núcleo familiar cualquiera sea su composición que responde a las bases del trabajo unido por un bien común cercano, con intereses afectivos y productivos. El gran esfuerzo que supone el camino de transformación de la agricultura clásica a la agroecología no se desconoce. Sin embargo, el cambio climático también nos señala la necesidad de asumir esa transformación con conciencia y decisión.
Se trata de acelerar los tiempos, de comenzar un trabajo orgánico, convergente entre la academia, las instituciones intermedias de trabajo con el mundo rural, las ONG’s, los movimientos sociales y los órganos nacionales que puedan brindar información con datos ya elaborados o por elaborar. Estamos a las puertas de una necesidad inmensa de alimentación para todo el mundo, ya los grandes productores se debatirán siempre más entre sequías, inundaciones, desertificaciones, contaminación y todo aquello que, si bien producido por la mano del ser humano, parecen fenómenos naturales, pero como bien lo denuncia Laudato Deum (11): Los elementos de origen natural que suelen provocar calentamiento, como las erupciones volcánicas y otros, son insuficientes para explicar la proporción y la velocidad de los cambios de las últimas décadas.
Conclusión posible.
Laudato Deum continúa diciéndonos que todo está conectado [2]. Un trabajo conjunto, convergente y sincronizado permite extender en breve plazo de tiempo una línea continental de acción, sin duda a través de políticas públicas, dando respuesta a la agricultura agroecológica familiar como posibilidad de crecimiento, de cuidado de la tierra, de generatividad de producciones sustentables y de respuestas a las necesidades de abastecimiento de alimentos a las variadas poblaciones.
El cambio climático trae un verdadero torbellino de calamidades, en medio del remolino que produce, se debe mirar con proyección hacía el cuidado de las personas, comunidades rurales, poblaciones ciudadanas todas. Es difícil cuidar cuando no se tiene una actitud preventiva. Describimos una realidad hoy constatable, y que al mismo tiempo nos alienta saber que hay muchos que ya caminan por esta senda, y muchos que desean sumarse para hacerla más contundente y eficaz.
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[1] Puede definirse a la agroecología como “un modo de percibir, reflexionar y actuar en nuestra realidad agraria a partir de los cual perseguimos el fin de integrarnos nuevamente a la naturaleza para desde allí recomponer los lazos entre los seres humanos y la armonía al interior de cada ser vivo. Buscamos restablecer el equilibrio a partir de generar y enriquecer flujos, ciclos y relaciones permanentes entre los componentes de los agroecosistemas, con el cosmos y la sociedad en la cual vivimos” (Souza Casadinho, 2020)
[2] Esto me permite repetir dos convicciones en las cuales insisto hasta el cansancio: “todo está conectado” y “nadie se salva solo”. LD 19