Ese “regresemos a la mesa de diálogo” entre partes conflictivas con respecto a la moral sobre el aborto nunca ha sido un punto fuerte de la ética católica. Dependiendo de quiénes forman parte de la mesa, usualmente se toman posturas intransigentes. Llevo un tiempo desarrollando estrategias de conversación y diálogo con feministas y perspectivas pro-elección desde mi participación en el Nuevo Movimiento Pro-Vida. Pero recientemente me encontré en una mesa de diálogo desafiante, frente a dos feministes[1] tratando de entablar la conversación sobre la moralidad del aborto. La misma surgió debido a los cambios legislativos más recientes en el estado de Texas (EEUU). La nueva ley en Texas prohíbe el aborto luego de las seis semanas de embarazo (incluyendo en casos de violación o peligro a la vida de la madre) y empodera a los ciudadanos a reportar a aquellos bajo sospecha de haber sido partícipes de un aborto.
La encrucijada de la conversación vino en el momento en el que nos dirigimos a una evaluación normativa moral sobre el aborto. ¿Es el aborto un mal intrínseco? Las dos partes representando la posición pro-vida aclaramos que en definitivo ponerle fin a la vida humana siempre es un “mal”, aunque expresamos solidaridad y compasión con aquelles que se encuentran en ‘embarazos crisis’, embarazos que por cualquier razón no son óptimos y que presentan retos directos a la persona embarazada. Les feministes no concedieron este punto, y expusieron el daño que este juicio moral le hace a personas que ya de por sí han sido victimizades. ¿Cómo es posible decir que une chique de 11 años violade por un tío o conocido de la familia está cometiendo un mal al abortar, convirtiéndole en malvade? Elle otre, con una postura aún más radical, indicó que sencillamente no podemos considerar la humanidad del feto al mismo nivel que la humanidad de la persona embarazada, y que consecuentemente no podemos hacer una declaración moral sobre un aborto donde se negocian una vida humana en su enteridad y una vida humana en potencialidad.
Es aquí donde una de las herramientas menos usadas en los diálogos sobre el aborto vino a forjar nuevas avenidas a considerar: el elemento trágico de la moral. En aquel momento era claro que ese punto de encrucijada del juicio moral sobre el aborto (tanto sus sujetos y sus objetos) como mal intrínseco no se podía superar. Entonces pregunté si podríamos admitir que un aborto es una tragedia en todas sus expresiones y circunstancias.
En la ética cristiana se desarrolla este sentido trágico de la moral en los ámbitos de la política, el uso de la fuerza de armas para la defensa personal y nacional, y en algunos discursos de bioética. Pero esta herramienta o actitud, este sentimiento trágico de la moral, no prevalece en la moral católica. Se resiste en muchos casos por considerarse una posible expresión de situacionalismo o relativismo moral no permisibles. Sin embargo, existen situaciones en que cualquier decisión resulta trágica. El jesuíta Christopher Steck comenta que “En situaciones trágicas dónde la rotura y el pecado de la condición humana acechan con socavar el amor humano, la respuesta moral cristiana, como la del mismo Cristo, se inspira más en la fidelidad esperanzadora al llamado de Dios que en la expectativa confiada del fruto de su amor.”[2] Steck propone que existen situaciones en las que ninguna vía de acción puede evitar la pérdida de algún bien esencial. Estos casos presentan la posibilidad de situaciones en que ninguna decisión resultaría moralmente infectada por la tragedia, con la imposibilidad de hacer el bien no contaminado.
Cuando vamos a la mesa de diálogo dispuestos a considerar este elemento trágico de la realidad humana no sacrificamos nuestros valores más profundos. Es necesario continuar con el compromiso moral absoluto a la dignidad de cada ser humano. De no ser así no habría tragedia alguna. Éste es el argumento que nos debe traer a todos a la mesa: construir la posibilidad de evitar tragedias morales. A la misma vez, tenemos que acompañar a aquelles capaces de embarazo en esta realidad, sin sacrificarles en el altar del patriarcado moral desenfrenado. En la mesa de diálogo con respecto al aborto – y en especial considerando la ola más reciente de leyes que restringen o eliminan y criminalizan por completo el aborto – tenemos que ser conscientes que lo trágico también viene del profundo sentido de persecución, violencia, y ofensa de parte de los políticos y entidades civiles que imponen estas restricciones. Las mismas no contienen ninguna provisión para prevenir embarazos en crisis, fortalecer las condiciones sociales para las personas embarazadas y que serán les cuidadores de éstos, ni provisiones para de alguna manera poder construir un mundo mejor para la reproducir, ser persona que reproduce, y criar niñes de manera estable y con dignidad.
Esta paradoja prevalente en las leyes que restringen el aborto sin ser acompañadas por provisiones que asistan y empoderen a la familia en cualquiera de sus formas es evidente en todos estos proyectos de ley, y se siente profundamente. La moral católica no puede dimitir de la realidad de que cuándo y dónde existe una paradoja moral tenemos que trabajar en el plano de lo trágico.
Lo trágico no es proporcionalismo. No es una ética del mal menor, ni siquiera es el principio del doble efecto. No otorga permiso (como se suele trabajar la casuística), ni cancela una condena. El sentido trágico de la moral establece la posibilidad de extenderle ternura y misericordia a aquel que nos puede resultar moralmente monstruoso (como cuando tratamos de interrumpir la pena de muerte o hacer el aborto legalmente permisible en algunos caso). Es un impulso moral que nos acerca a las realidades concretas de les que tienen que vivir con las consecuencias de nuestras normas. Es una corrección a la postura de certeza que nos lleva a absolutizar en el ámbito legal lo que pensamos es el ideal moral, con el resultado de criminalizar doblemente las víctimas de una sociedad marcada por la cultura de la muerte, como nos decía el Santo Juan Pablo II.
Lo trágico no es relativismo ni situacionalismo. Es su propia categoría moral, una que en este caso entiende que tenemos la historia entera de la humanidad marcada y formada por el patriarcado y la violencia que éste requiere para perpetuarse. Es la categoría que nos devuelve la reflexión de ese espejo histórico de la mujer (o ser que reproduce) siempre en crisis (ya que bajo el patriarcado todo embarazo es crisis) y que hace de estas leyes no un avance hacia la vida, sino un profundizar de la tragedia la cual podríamos amortiguar.
La categoría del mal intrínseco ausente de la categoría de lo trágico nos limita con respecto a entender a quién le extendemos la bienvenida a la mesa. Ese gesto de bienvenida con respecto al discurso sobre el aborto también ha estado bajo el control del patriarcado en las ramas políticas, judiciales, y religiosas. La tragedia queda en esta encrucijada, en este entrevés de las personas con capacidad reproductiva y la sociedad que le niega como sujeto. Dentro de este marco, se esclarece el impulso patriarcal de dominio sobre el cuerpo y la subjetividad del ser reproductivo en las leyes que restringen el aborto de manera absoluta.
¿Podríamos admitir que un aborto es una tragedia en todas sus expresiones y circunstancias? Concluimos en la mesa de diálogo que sí. Desde ese punto pudimos dar paso a una conversación sobre qué condiciones personales, familiares, sociales, políticas, económicas, avanzan un entorno de vida para evitar embarazos crisis (especialmente aquellos relacionados con la violencia sexual como lo es el incesto), y para recibir embarazos completados a un mundo que, aunque retador, contiene la posibilidad de amor, dignidad, y sostenibilidad.
Cabe decir el detalle más importante sobre esta mesa de diálogo. La misma es la mesa de mi cocina, les feministes son mis chiques, y nos reunimos como lo hacemos frecuentemente a la hora de la cena. Nos tocó como padres escuchar a nuestres chiques tener opiniones fuertes y encontradas con las nuestras sobre un tema increíblemente difícil de trabajar. Decidimos marcar el momento con humildad y encuentro auténtico a la vez que presentábamos nuestra posición. Recordemos que en todas las mesas de diálogo nos encontramos con nuestres hermanes, nuestres chiques, nuestras familias.
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[1] En este espacio me refiero en género neutral a aquelles con potencial reproductivo, ya que en esta mesa de diálogo en específico se encontraban un chico trans y otre no-binario ambes con potencial reproductivo. Aunque este ajuste resulte un poco trabajoso, confío en que son estos ajustes, y los otros que sugiero en esta reflexión lo que nos llevará a conversaciones más fructíferas en este ámbito tan cargado y contencioso.
[2] Christopher Steck, SJ, “Tragedy and the Ethics of Hans Urs Von Balthasar,” Journal of the Society for Christian Ethics, 21 (2001), 233.