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El derecho a la salud mental

El inciso 1 del artículo 25 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos afirma que todo ser humano tiene derecho a un nivel adecuado que le asegure salud y bienestar[1]. Un deseo lejano para la mayoría de la población mundial y por el cual hace falta mucho por hacer, sobre todo, cuando cada día se concientiza más que para un adecuado bienestar, es necesaria la salud mental.

Desgraciadamente los servicios de salud física aún no llegan a todos los seres humanos y los relacionados con la salud mental están todavía más lejos de considerarse una prioridad social por el desconocimiento en general que hay de ellos, el estigma que frecuentemente enfrentan y la falta de atención de los estados.

En efecto, el presupuesto destinado por los países para la atención de la salud mental es aún mínimo, solo 2,8% del gasto total destinado a la salud en general. En el continente americano el gasto ronda entre el 0,2% y el 8,6% con un promedio de 2% del cual el 60% se asigna a hospitales psiquiátricos a pesar de que el 19% del total de años de vida ajustados por discapacidad corresponden a trastornos mentales, neurológicos, consumo de sustancias y suicidios[2].

A pesar de la poca importancia dada a este rubro, las investigaciones en salud mental en la actualidad revelan que ésta interviene en el desarrollo de las potencialidades humanas y en el bienestar, aspectos significativos en todas las edades y especialmente entre los jóvenes quienes se ven altamente afectados por las condiciones sociales que reducen sus posibilidades de progreso, la fuerte presión a la que se encuentran sometidos y la escasa prosperidad que genera el mundo neoliberal a la mayoría de las personas[3].

Esta situación de suyo injusta y contraria al proyecto de Dios mostrado por Jesús en los evangelios se complicó a causa de la emergencia sanitaria. Ciertamente la necesidad de salvaguardar el mayor número de vidas humanas frente a un virus desconocido de alta propagación, sin vacunas de protección, ni tratamientos probados, provocó una serie de medidas de confinamiento que afectaron la totalidad de la rutina humana, tanto en su economía como en su experiencia vital.

De acuerdo con la Organización Internacional del Trabajo (OIT) se estima que el aislamiento provocó en 2020 una disminución del 8,3 por ciento de ingresos provenientes del trabajo con respecto al 2019 en donde la región de las Américas es la más afectada con una baja del 10,3 por ciento de ingresos provenientes del trabajo[4]. Por ello, en el acuerdo global de la Conferencia de la OIT sobre la acción para la recuperación de la COVID de junio de 2021 se hizo un llamado mundial para la recuperación centrada en las personas con prioridad a la creación de empleos dignos para todos y que considere las desigualdades causadas por la crisis.[5]

En cuanto al bienestar social y la salud mental, el encierro ha limitado considerablemente el contacto humano, tan necesario para todos, especialmente entre los jóvenes, adolescentes y niños, ha impuesto permanecer todo el tiempo con el agresor cuando existe violencia al interior de la familia, ha aumentado la tensión cuando es limitado el espacio vital y ha intensificado el malestar al carecer de los medios tecnológicos suficientemente eficientes para cumplir con las demandas escolares o laborales. Así, la Organización Panamericana de la Salud (OPS) quien previamente a la emergencia sanitaria ya estaba promoviendo y coordinando un Proyecto de Salud Mental entre sus miembros reconoce que el estrés causado por la pandemia de COVID-19 repercute en muchas personas en algún momento y se manifiesta como desasosiego, insomnio, miedo, ansiedad, tristeza y depresión entre otros[6].

Ciertamente no se puede hablar de una sola experiencia frente a la pandemia pues esta se vive de diversas formas dependiendo de las condiciones sociales, económicas, laborales, familiares, culturales, etcétera de cada persona. De una u otra forma el bienestar personal y comunitario se ve afectado. Esta situación es especialmente preocupante en niños y adolescentes dada su escasa posibilidad de expresión[7]

Frente a la incapacidad de las instancias públicas en muchos de nuestros países para hacer frente a este problema organismos privados toman iniciativas para apoyar a la población en general. Desde páginas en internet que promueven medidas para sobrellevar la situación hasta acciones directas de apoyo psicológico gratuito impulsadas por universidades, agrupaciones privadas y estructuras eclesiales[8].

Si bien ahora corresponde considerar especialmente el proceso de reintegración de niños y adolescentes durante la pospandemia, la salud mental necesita tomar el lugar que le corresponde en el imaginario global pues es un derecho de toda persona y no un bien de consumo o mercancía[9]. Por ello es fundamental el fortalecimiento de instancias públicas y privadas para proporcionar centros de investigación y medios de contención para generar la reflexión profunda, promover la información pertinente para la población en general, fomentar la promoción de redes de apoyo e incrementar el bienestar comunitario.

[1] Adoptada y proclamada por la Asamblea General en su resolución 217 A (III), del 10 de diciembre de 1948, ver https://www.ohchr.org/EN/UDHR/Documents/UDHR_Translations/spn.pdf (Consultada el 3 de jun de 2021)

[2] https://www.paho.org/es/noticias/8-10-2020-no-hay-salud-sin-salud-mental

[3] Cuenca Robles, Nancy Elena, Lliz Maribel Robladillo Bravo, Mónica Elisa Meneses La Riva y Josefina Amanda Suyo-Vega. “Salud Mental En Adolescentes: Universitarios Latinoaméricanos: Revisión Sistemática.” Archivos Venezolanos de Farmacologia y Terapeutica 39 (6) 2020: 689–95.

[4] https://www.ilo.org/wcmsp5/groups/public/—dgreports/—dcomm/documents/briefingnote/wcms_767045.pdf (consultado el 16 de junio de 2021)

[5] https://coronavirus.onu.org.mx/acuerdo-global-en-la-conferencia-de-la-oit-sobre-la-accion-para-la-recuperacion-de-la-covid-19 (Consultada el 20 de junio de 2021)

[6] https://iris.paho.org/bitstream/handle/10665.2/53126/OPSNMHMHCOVID-19200044_spa.pdf?sequence=1&isAllowed=y (Consultada el 20 de junio de 2021)

[7] Da Silveira, Andressa, y Keity Laís Siepmann Soccol. “Salud Mental de Niños/Adolescentes En Tiempos de Distanciamiento Social Por El COVID-19.” Revista Cubana de Enfermería 36 (abril 2020): 1–8.

[8] En mi país, México, La Asociación de Egresados de Psicología abrió una línea telefónica de apoyo psicológico gratuito, seguida por Egresados en Teología para dar apoyo espiritual. Esta iniciativa fue seguida por diversas universidades, por asociaciones privadas e incluso por la Arquidiócesis de México

[9] Heras, Ana Inés, María Cecilia Acosta y María Isabel Pozzo. “Investigación En Colaboración En El Campo de La Salud Mental Desde Una Perspectiva de Derechos. Reflexiones Sobre Método, Teoría y Enfoque Epistémico.” EMPIRIA: Revista de Metodología de Ciencias Sociales 49 (enero 2021): 141–61.