“¡Los seres humanos tienen el derecho a vivir, no a morir por miles como en un genocidio!” [1]
El comentario de la estudiante en medio de una discusión de clase sobre los derechos humanos me tomó por sorpresa.
“Ciertamente, las guerras son un afronte al derecho humano más profundo que existe, el derecho a la vida”, le respondí.
“¡Guerra no es! ¡A lo que está pasando se le llama genocidio!”, la estudiante continuó. Yo quedé un poco muda, un poco silenciada, y muy agradecida de que la hora de terminar la clase había llegado. La discusión quedaba en el aire, colgando, amenazando a regresar al otro día, pero guiñando el ojo como diciendo, de ésta te salvaste…
Silenciada. Por más de un año, desde el ataque orquestado por Hamas contra los Israelíes, el rapto de cientos de los mismos, durante meses y meses de masacres de Palestinos en Gaza, incursiones militares Israelíes en el Líbano, y la amenaza de una escalación regional que inevitablemente incluirá a Irán. Durante todo este tiempo, silenciada.
Ese sitio de silencio – vamos a ser mucho más claros: de autosilencio – es oscuro y desesperanzador. Y también está cubierto por la vergüenza y deshonra. ¿Acaso no soy una eticista, alguien que ha trabajado el tema de la guerra justa aplicada a varios escenarios? ¿Acaso no me toca levantar el reclamo de la dignidad humana y todos los demás principios de la doctrina social de la iglesia en situaciones difíciles? ¿Acaso me tocó un corazón de piedra, en vez de uno de carne?
La temporada de la primavera del 2024 le mostró al mundo lo complicado de decir una palabra, tomar una acción, escribir un cartelito, tocar una cacerola en las universidades a favor de un cese de fuego entre Israel y Gaza. La policía entró en los campuses y recintos, deshaciendo los campamentos de estudiantes que justamente alzaban la voz pidiendo un cese al fuego. La administración de nuestras instituciones señalaban que lo que algunos decían eran gritos de paz para otros resultaban ser amenazas a su identidad judía o palestina. Por el medio se llevaron educadores y docentes que fueron arrestados en la turbulencia, o despedidos de su cargo por algún comentario en clase, en una cuenta de Twitter, o en una publicación que resultó cruzar alguna raya difícil de determinar de lo que debe ser propio en estas situaciones. Y yo lo observaba todo desde mi autosilencio.
Reflejo aquí, entonces, sobre las razones por las cuáles los eticistas que trabajamos el tema de la guerra justa no podemos darnos el lujo de permanecer en nuestro autosilencio. El terrible aniversario del 7 de octubre me hizo reflexionar que he pecado de omisión por no haber utilizado las herramientas de la tradición y especialización a la que le he dedicado tanto tiempo para poder enfrentar lo complicado y terrible de la situación. Sé que no estoy sola. Nuestros compromisos con colegas y comunidades de diversas tradiciones judías y musulmanas hacen que caminemos con mucha cautela al tratar de aportar algo que resulte de bienestar en vez de desdicha. Quizá nuestro silencio y cautela surgen de un espacio de solidaridad y amor para con diversas partes de este conflicto que vienen sufriendo desde mucho antes del 7 de octubre. Activamente resistimos verdaderas y preocupantes tendencias antijudías y antimusulmanas. Es también razonable que nos mantengamos al margen de una situación política y diplomática complicadísima, considerada por ambas partes como una “guerra existencial”.[2]
Sin embargo, tenemos en nuestras manos herramientas centradas en la dignidad humana, que pueden aportar algo que nos ayude a llevar a cabo un análisis que respete las diferentes experiencias de distintas partes, y que habilite a nuestras comunidades a pensar de manera más solidaria hacia la situación en Gaza y situaciones más cercanas. La teoría o tradición de la guerra justa es el marco que busca limitar la arbitrariedad de la violencia dentro de un conflicto y proteger la dignidad tanto de los soldados como de los ciudadanos no combatientes.
- La primacía de la paz
La paz debe ser el fin deseado de cualquier conflicto. Para San Agustín ésta debe ser la única meta de la guerra, aún cuando haya causas justas como la defensa propia. Fácilmente confundimos ‘fin’ y ‘causa’. La defensa propia – que viene siendo la única causa que justifica el uso de la violencia bélica, no es un fin, no define el motor de una guerra. Un ejército no debe tener su razón de ser en el ejercicio de la violencia y la venganza, sino en los esfuerzos por la paz. Éste fin también debe centrar toda estrategia, todo uso de recursos en buscar opciones diplomáticas para resolver los conflictos. En San Agustín el reclamo a la paz como fin exclusivo de la guerra viene dentro del contexto de su discusión de la paz como el fin de todo ser humano, quiere decir, esencial a la naturaleza de la criatura humana, su sociedad, y el bien común.
Resulta importante mencionarlo porque dentro de este fin de la paz podemos esclarecer elementos muy prácticos que alivian la violencia y humanizan los contextos como lo son mantener los corredores humanitarios que llevan suministros esenciales a las áreas afectadas, comprometerse a los talleres y mesas diplomáticas que conduzcan a un cese al fuego, comprometerse al retorno de los secuestrados, y fomentar lazos de comunicación y colaboración dedicados a prevenir futuros conflictos. Ese principio esencial de la paz como motor intencional en la tradición de la guerra justa solidifica el compromiso a la dignidad humana y reevalúa toda estrategia a base de si conduce o no a una situación de menos conflicto y más dignidad para todos.
- Proporcionalidad
“El derecho a la defensa propia no es un derecho absoluto… Debe llevarse a cabo dentro de los límites.” Así lo confirmó el padre Bryan Hehir, presentando un análisis desde su especialidad en la tradición de la guerra justa. También insistió que en la doctrina moral Católica el uso de la violencia debe ser proporcional a la amenaza, y con esperanzas razonables de éxito. El principio de proporcionalidad al ejercer la guerra le impone límites al uso de la violencia. Estos límites reconocen lo complicado de los impulsos de venganza, algo que ya San Agustín avisaba era parte de lo pecaminoso de cualquier conflicto. También estos límites sirven para mantener el enfoque estratégico, que en este caso son la recuperación de los rehenes y la protección del pueblo Israelí.
Desgraciadamente, este principio exige que miremos los números y las estrategias y hagamos un cálculo. Ese cálculo se siente innato, y es el que llevó a mi estudiante a clamar el derecho a la vida del pueblo Palestino en frente a la calamidad de los miles de muertos en Gaza en comparación con el número de víctimas del ataque del 7 de octubre. El eticista estadounidense David DeCosse explica que para Santo Tomás de Aquino la defensa propia debe utilizar solamente la fuerza necesaria para neutralizar la amenaza y nada más. Existen desacuerdos serios y sobrios sobre este punto dentro del conflicto en cuestión, ya que para muchos estrategas desde y fuera de Israel el mismo debe terminar con toda amenaza actual y futura en contra de sus ciudadanos.
La aplicación de este principio se complica severamente por la naturaleza del contexto urbano en el que se lleva a cabo, y la estrategia de Hamas de concentrarse entre el pueblo Palestino no combatiente. Sin embargo, esto no exime a ninguna de las partes de considerar con extrema cautela que ninguna estrategia se desboque en contra de los inocentes.
- Discriminación
El principio de discriminación enraíza la dignidad humana, tanto de los no combatientes como la de los soldados. Recordando que sólo la defensa propia o el llamado a colaborar con un cuerpo regional en defensa humanitaria en el extranjero sirven como causa justa, la discriminación en el uso de la violencia exige ver el rastro humano de todos aquellos envueltos en el conflicto. Este principio va de par en par con la proporcionalidad porque frena estrategias y programas que no toman cuenta de la pérdida de vidas y el impacto que esto causa a pueblos enteros. Tanto el ataque del 7 de octubre como los bombardeos a escuelas y hospitales en Gaza violan este elemento humanizador.
La eticista estadounidense, Laurie Johnston, por ejemplo, pone en tela de juicio la estrategia Israelí de convertir los pagers de miembros del grupo Hezbollah en el Líbano en explosivos que descargaron a la misma vez en septiembre. En parte utilizando el principio de discriminación, Johnston señala que ese ataque no discriminó la posibilidad de que los pagers cayeran en manos inocentes antes de estallar. La estrategia de por sí tiene un elemento de indiscriminación. Esa indiscriminación, sea por medio de pagers o bombas “bunker buster” proveídas por los EEUU que destruyen cuadras y edificios enteros, además de quitarle la vida a no combatientes,[3] le desgarra el alma a los soldados que las efectúan, como se ve recientemente en un informe que documenta la tasa de soldados israelíes que sufren trauma y suicidios.
Como eticistas nuestro deber es presentar e insistir en el uso de estas herramientas que son una de las maneras más concretas de enfatizar y promover la dignidad humana para todas las partes en un conflicto, aún cuando a la vez colaboramos con esfuerzos que busquen soluciones no-violentas para este conflicto, como el llamado al cese al fuego del Papa Francisco. Un conflicto sin las herramientas de la tradición de la guerra justa es un conflicto sin consciencia. En las palabras del eticista David DaCosse, “Nadie debe tener ilusiones de los juegos del poder y el cinismo, y la sed de sangre que siempre entran en juego en estos asuntos. Pero nadie debe darse por vencido con la justicia tampoco.” Propongo que no silenciemos aquello que nos queda de conciencia, y que compartimos humildemente con la humanidad para promover la paz.
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[1] Esta reflexión origina desde un lugar muy vulnerable para mi: mi silencio y consternación durante el pasado año desde los eventos del 7 de octubre. Por lo mismo, quizá no es una reflexión ética en sí, sino una reflexión sobre cómo debemos los eticistas auto-examinar el desafío que estas situaciones de sufrimiento humano incomprensible presentan a nuestras habilidades y herramientas de análisis. De antemano les pido perdón si no está a la altura de las contribuciones al Forum de nuestros colegas, pero me encuentro en un espacio dónde o digo algo o ‘cuelgo los guantes’, como se dice en mi país.
[2] El Padre Hehir comenta: “Estas guerras [refiriéndose a las guerras en Israel y Palestina y en Ucrania] son lo que llamamos un conflicto existencial… Un conflicto existencial quiere decir que de perder la guerra el estado o pueblo perderían su identidad.”
[3] En el caso de los pagers existen argumentos que determinan que cualquier miembro de Hamas o Hezbollah, aunque en ese momento no estén llevando a cabo un acto de terrorismo y violencia en contra de las poblaciones israelíes, merece ser considerado como combatiente. Johnston, al contrario, establece que en el caso de los pagers y otras estrategias se debe discriminar cuando los miembros de grupos terroristas no están activamente participando en un conflicto, lo que en esos momentos los convierten en no combatientes.